(Mongabay Latam / Alexa Vélez Zuazo y María Isabel Torres).- Un bote rojo pequeño se desliza suavemente por un espejo de agua mientras atraviesa la bruma de la mañana. Los tres científicos a bordo se comunican con susurros, sonidos calculados que de inmediato son devorados por los decibeles de la naturaleza. “Ahí hay un lobo comiendo un pez”, murmura uno de los investigadores. “Hay seis en total ahora”, agrega otro de los tripulantes. De pronto un grito intenso rompe con la quietud de cocha Cashu.
“El grito es para pedir comida”, explica Adi Barocas, investigador del San Diego Zoo Global Perú, quien lidera desde hace tres años un estudio para conocer el estado de conservación de los lobos de río (Pteronura brasiliensis) en Madre de Dios. Lo que acabamos de escuchar y ver es a un imponente lobo de río pidiéndole a otro que le convide una porción del pescado que acaba de atrapar. Y este, que no está dispuesto a compartir su presa, tritura a mordiscos el espinazo del pescado hasta acabar con el último bocado. Desde el bote es posible escuchar el sonido de cada espina mientras se quiebra.
La escena sucede en el corazón de una de las áreas protegidas más importantes del Perú, el Parque Nacional del Manu, y la laguna de 21 hectáreas en la que nada tranquila una familia de lobos de río alberga en sus orillas, desde hace 50 años, a la estación biológica que lleva su nombre, Cocha Cashu.
Este grupo de biólogos observa lobos de río, desde hace tres años, en distintas zonas de la región Madre de Dios. En Cocha Cashu verlos comer es una de esas imágenes hermosas que son difíciles de borrar pero en las lagunas contaminadas por el mercurio de la minería ilegal es lo más cercano a una pesadilla. Estos, son algunos de los datos preliminares obtenidos tras los primeros tres años de investigación.
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La vida secreta de los lobos
Cada equipo que sale a muestrear una familia de lobos de río está formado por tres investigadores. A distintas horas del día, los científicos observan a los lobos mientras nadan en la cocha; los buscan en sus madrigueras –son mamíferos semiacuáticos que viven entre el agua y la tierra–; los cuentan y registran sus interacciones; los graban en video y georreferencian su ubicación.
Romina Najarro, joven bióloga de la Universidad Cayetano Heredia, ha llegado por segunda vez a cocha Cashu, aunque esta vez para trabajar con lobos. Todos los días se levanta a las 5 de la mañana y, con el resto del equipo, sube a uno de los botes para salir en busca de la familia de lobos de río que habita la cocha.
Mientras están a bordo, los tres tripulantes son extremadamente cuidadosos con sus movimientos. No pueden ser bruscos ni inesperados; el equilibrio es importante, pues cualquier descuido puede mandarlos al agua. Romina viaja esta mañana en la punta del bote y nada la desconcentra. Toda la información que apunta rápidamente en su libreta y las fotos y videos que ha registrado serán luego procesados y analizados durante el trabajo de gabinete.
Es ahí, frente a la computadora, donde sabrán con certeza si vieron a ‘Mickey’, ‘Lucky’, ‘Frank’, ‘Tootsie’ o ‘Fortunato’. Cada lobo de río tiene un nombre y, con el tiempo, los expertos tardan tan solo unos segundos en identificarlos. A simple vista, parece imposible distinguir un lobo de otro, sin embargo, el secreto está en las manchas blancas que cada individuo tiene en el cuello y que funcionan como huellas dactilares. Las llaman las manchas gulares.
“Con esto podemos hacer modelamiento de poblaciones y saber la probabilidad de los lobos de sobrevivir año a año, podemos saber cuáles son los individuos más viejos, su edad, su estatus de dominancia y ver si hay mucho intercambio entre individuos de lobos”, explica Barocas, quien resalta que la identificación de cada individuo los ayuda a establecer, por ejemplo, si migran de una cocha a otra, detalle clave para analizar la “estabilidad social” de una familia.
Romina Najarro y Sara Landeo, bióloga también de la Universidad Nacional Agraria La Molina, tienen a su cargo la identificación de cada individuo. “Cada lobo tiene una mancha única, es un patrón más claro aquí –precisa Sara, mientras se lleva la mano al cuello–, una combinación de una mancha más clara con el color oscuro del animal. Tenemos algunos videos que son extractos que hemos tomado con la cámara y se puede hacer un seguimiento […] para saber a quiénes estamos viendo”.
Los científicos también hacen un estudio de los peces. “En otras cochas tenemos planeado hacer un monitoreo de peces, cuándo se pescan, a qué hora se pescan, qué especies, para tratar de identificarlas”, agrega Najarro.
La observación es fundamental para la investigación que lidera Barocas, quien antes de llegar a Madre de Dios trabajó con una población de lobos en el desierto árido de Israel –su país natal– y con nutrias en Alaska.
El ecólogo israelí precisa que en el caso de los lobos de río se está monitoreando sus hábitos de pesca, sus gritos o vocalizaciones, si se acicalan, cómo se reproducen, si migran o si simplemente sacan la cabeza y el cuello del agua para vigilar, lo que se conoce como el ‘periscopeo’. “Cuando en algunos momentos se sienten amenazados, aplican un mecanismo de defensa grupal [el periscopeo] y todo esos datos tienen bastante valor para nosotros”, agrega Barocas.
El pelo es otra de las muestras que recolectan los investigadores. Suelen encontrarlos en sus zonas de descanso o de acicalado. Estas suelen ser pedazos gruesos de troncos de árboles ubicados en las orillas de los lagos. Los pelos se recogen cuidadosamente con pinzas, pues son importantes para analizar luego si existe presencia de mercurio.
Esta metodología de trabajo se está aplicando actualmente en 12 lagos ubicados en espacios protegidos –8 cochas del Parque Nacional del Manu y 4 de la Reserva Comunal Amarakaeri– y en 10 áreas mineras ubicadas entre el centro poblado de Boca Colorado y Puerto Maldonado.
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La amenaza del mercurio
En un lapso de dos años, el equipo de investigadores visitó más de 250 veces las cochas de las cuencas de Manu, Amarakaeri y bajo Madre de Dios. En el 2017, se realizaron 74 salidas de campo y se acumularon 276.8 horas de muestreo, y en el 2018, las salidas sumaron un total de 194 con 676.3 horas destinadas a la recolección de datos.
En el caso del Parque Nacional del Manu, los científicos pudieron ver familias de lobos de río en las 8 cochas que forman parte del estudio, observaron 27 individuos en el 2017 y 44 en el 2018. En la Reserva Comunal Amarakaeri se pudo ver lobos en tres de las cuatro cochas, 9 ejemplares en el 2017 y 8 en el 2018.
En las 10 cochas situadas en la zona minera del bajo Madre de Dios pudieron registrar 42 individuos en el 2017 y 29 en el 2018.
Adi Barocas explica que si bien en la zonas mineras se pudo observar más ejemplares, se evidencia también un impacto en el área utilizada por los lobos de río. “En muchos lagos se nota la destrucción reciente de las orillas y los montes [de arena removida] que son característicos al trabajo de minería. Hay lagos también donde se ve minería activa en las orillas. Algunos de los lagos perturbados también presentan cambios en el agua, se ve muy turbia”, indica.
Por eso es tan importante recoger muestras del pelaje de los lobos. Se han recogido 53 en total –37 de áreas protegidas y 16 de zonas mineras– en nueve puntos de muestreo. También se está analizando la calidad del agua de las cochas y evaluando los peces que consumen los lobos para rastrear la presencia de mercurio en los organismos de estos mamíferos.
“En cada lago se realizaron dos sesiones de muestreo. Los peces capturados fueron pesados, medidos y fotografiados. A cada pez se le extrajo una muestra del tejido muscular, que fue preservada en alcohol isopropílico. Las muestras servirán para cuantificar niveles locales de mercurio”, explica Barocas. Agrega que para estos estudios de peces han sumado a los científicos del Centro de Innovación Científica Amazónica (CINCIA), quienes analizan las especies en su laboratorio de Puerto Maldonado.
Un detalle que llamó la atención de los investigadores fue la diferencia en la disponibilidad de peces en los dos espacios estudiados. “Los resultados preliminares en los 19 lagos indican que la cantidad de peces es cinco veces más alta en lagos protegidos. La riqueza de especies de peces también es doble en lagos protegidos. En las cochas de la zona de minería hemos visto que se desarrolla también más la pesquería”, agrega el investigador, quien menciona que hasta el momento lo que han podido inferir de los resultados es que la minería genera un impacto mayor en la abundancia de alimento y en menor medida en la posibilidad de observar a esta especie.
Una versión ampliada del reportaje fue publicada en Mongabay Latam. Puedes revisarlo aquí.
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