(Mongabay Latam / Antonio José Paz Cardona).- “El aceite de palma está aquí para quedarse”. Esa es una de las principales conclusiones del informe Aceite de Palma y Biodiversidad, elaborado por la UICN en el 2018 y que representa uno de los más recientes y completos esfuerzos por entender el papel que juega hoy en el mundo la industria de la palma aceitera.
Los datos son contundentes. La demanda mundial de aceite de palma al año está en 165 millones de toneladas y se estima que, para el 2050, esta se dispare a 310 millones de toneladas, es decir, que casi se duplique. El problema global es que, sobre todo en países del sudeste asiático, como Malasia e Indonesia —que en su conjunto representan el 85 % de la oferta de aceite—, los cultivos se han expandido a una enorme velocidad y han terminado por destruir bosques tropicales naturales. La preocupación es tan grande que la Unión Europea (UE) estableció, en marzo de este año, nuevos criterios para el uso del aceite de palma en los biocombustibles.
Esta decisión se alinea en la batalla contra el calentamiento global de la UE, donde uno de sus objetivos es reducir las emisiones en al menos 40 % para 2030, en comparación con los niveles de 1990. Actualmente, el 46 % de las importaciones totales de aceite de palma en esa región se destina a la elaboración de biocombustibles, según la asamblea de la UE. Sin embargo, comienzan a notarse algunos cambios como, por ejemplo, en Noruega, que en enero pasado se convirtió en el primer país en prohibir el aceite de palma que causa deforestación, y su Parlamento votó a favor de prohibir la compra de biocombustibles que no demuestren que fueron producidos con una palma trabajada de manera sostenible.
El problema ahora es que esta amenaza en lugar de ser controlada podría migrar a otra región. Las fuertes restricciones de varios países al aceite de palma proveniente de Asia, está haciendo que los productores miren hacia otras regiones para establecer sus cultivos. Sumado a esto, las proyecciones de disponibilidad de tierras en Indonesia y Malasia son cada vez menores. Latinoamérica, debido a su extenso territorio —aunque gran parte pertenece a ecosistemas boscosos nativos y prístinos— y a sus condiciones tropicales, se ha convertido entonces en la primera opción para el nuevo despegue del negocio de la palma.
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El mismo cultivo en un contexto diferente
La UICN llega a conclusiones que pueden calificarse como inesperadas. Una de ellas es que prohibir el aceite de palma podría aumentar la producción de otros cultivos aceiteros para cubrir la demanda, lo que desplazaría, en vez de detener, las considerables pérdidas de biodiversidad que genera la palma en el mundo. “Si se toma en cuenta que otros cultivos aceiteros necesitan hasta nueve veces más tierra que el aceite de palma, reemplazarlo por otros cultivos aumentaría notablemente el total de tierras empleadas para producir suficiente aceite vegetal para satisfacer la demanda mundial”, dice el informe.
Por ejemplo, para producir una tonelada de aceite de palma se necesitan 0.2 hectáreas, mientras que para una tonelada de aceite de canola se necesitan 1.25 hectáreas, 1.43 para los cultivos de girasol y 2 hectáreas para los cultivos de soya.
Aun así, la UICN también indica que la producción de aceite de palma es la amenaza principal para 193 especies en Peligro Crítico, En Peligro o en estado Vulnerable, según la Lista Roja de especies de la misma organización.
Malasia e Indonesia son los principales productores pero cuatro países latinoamericanos están dentro de los 10 primeros: Colombia (4), Ecuador (7), Brasil (9) y Honduras (10). En Colombia, por ejemplo, preocupa la situación del mono tití cabeciblanco (Saguinus oedipus) considerado como en Peligro Crítico, que habita en ecosistemas donde se está plantando palma.
A escala industrial, según datos de la FAO utilizados por UICN en su informe, Colombia tiene 290 600 hectáreas sembradas, Ecuador 24 503, Brasil 114 188 y Honduras 64 084. Sin embargo, las cifras finales varían pues en ese análisis no se consideran las hectáreas sembradas por los pequeños productores.
El peligro de una expansión sin control de los cultivos de palma es una realidad. El informe encontró que las áreas hacia las que podría extenderse la producción palmera albergan más de la mitad (54 %) de todos los mamíferos amenazados del mundo y casi dos tercios (64 %) de las aves amenazadas.
“Si lo reemplazamos [el cultivo de la palma aceitera] por cultivos de canola, soya o girasol, podrían sufrir otros ecosistemas naturales y otras especies. Para poner fin a la destrucción, debemos esforzarnos por producir aceite de palma libre de deforestación, y asegurarnos que todos los esfuerzos para limitar el uso de aceite de palma cuenten con información científica sólida y confiable para entender las consecuencias,” dijo el autor principal del informe y Presidente del Grupo de trabajo de la UICN sobre aceite de palma, Erik Meijaard.
“Con la excepción de Colombia, América Latina no ha sido un productor importante en el mercado global, aunque existe una tendencia mundial de expansión del mercado a nuevas regiones porque en el sudeste asiático hay una perspectiva de que no habrá suficiente tierra en el futuro. La región es candidata para ello porque tiene zonas tropicales que cumplen con los requisitos biofísicos para una expansión. Los factores políticos y las oportunidades de mercado decidirán si se da vía libre a esa expansión”, le dice el peruano Juan Luis Dammert, director regional del Instituto para la Gobernanza de los Recursos Naturales (NRGI por sus siglas en inglés) a Mongabay Latam.
Países como Perú —a pesar de no estar entre los principales productores y exportadores de palma en el mundo— preocupan mucho porque la palma se está estableciendo en los bosques amazónicos. La UICN resalta que más del 40 % de la palma peruana se ha expandido dentro de bosques naturales.
El caso de Colombia es particular. A pesar de ser el cuarto productor mundial, el gremio palmero del país (Fedepalma) repite insistentemente que los cultivos colombianos se han sembrado en tierras degradadas en el pasado y que no tienen intención de expandirse en ecosistemas naturales, y mucho menos en la Amazonía. La bióloga colombiana Natalia Ocampo, Phd en Ciencia y Política Ambiental y quien ha trabajado en el impacto de los cultivos de palma en las aves de Borneo y Colombia, asegura que no se pueden generalizar los impactos de la palma en toda Latinoamérica, pero que hay países donde ha tenido un impacto ambiental no tan fuerte como en Colombia, y otros como Perú y Honduras, donde las afectaciones han sido considerables.
“La palma no se debe expandir a cuesta de ecosistemas naturales, hay modelos espaciales que muestran que hay suficientes tierras degradadas para sembrar y cumplir con la demanda internacional de aceite. Debe ser una palma de cero deforestación”, comenta Ocampo.
La experta asegura que si los cultivos avanzan en zonas degradadas, pero que tienen remanentes de ecosistemas naturales, es importante que se dejen intactos esos bosques riparios y parches. “La palma no debe reemplazarlos porque, aunque los parches sean pequeños, pueden ser hábitat importante y generar conectividad para las especies que habitan allí”, añade.
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Cuidado: se aproxima la expansión
La bióloga Natalia Ocampo asegura que hay suficientes tierras degradadas en la región donde podrían ubicarse los cultivos de palma, pero, ¿por qué en muchos casos están usurpando los ecosistemas naturales?
Nuevamente la respuesta está asociada a la tierra. “Muchas de las zonas degradadas ya tienen dueños y están muy loteadas, es decir, divididas en muchos pedacitos. Son más difíciles y costosas de adquirir, mientras que si compran una tierra de bosque pueden comprar un área más grande y, desafortunadamente, es más fácil cortar ese bosque, aprovechar la madera, ganar con esa inversión y después sembrar la palma ahí”, comenta.
Ocampo cuenta que esto es lo que ha ocurrido en el sudeste asiático, “es fácil convencer al gobierno de expandir en ecosistemas naturales. Además, la palma crece a la misma altura y el mismo clima del bosque húmedo tropical, y esta es la situación compleja”.
En sus estudios sobre palma y aves en Colombia, la bióloga asegura que han hecho un mapa de cuáles son las oportunidades de expansión y cuáles son los sitios donde no se debe expandir la palma aunque las tierras sean aptas, debido a la presencia de especies amenazadas. “No recomendamos la expansión en las sabanas inundables así no haya especies amenazadas, porque son ecosistemas naturales que se deben mantener”.
Si bien la bióloga considera que, por lo menos en Colombia, la palma aceitera no ha sido una gran causante de deforestación, sí cree que hay otros problemas asociados que demandan de una mejora, no solo en el país sino en la región.
La bióloga sugiere que lo primero que se debe hacer es un estudio ambiental para saber qué hay, antes de sembrar palma. “Esto no se requiere actualmente [en Colombia] pero debería requerirse. Un estudio de línea base de qué especies hay y cómo está el ecosistema, cómo se ve desde el satélite, qué tipo de bosques hay y, principalmente, la expansión se debe dar de manera responsable, respetando los remanentes de los ecosistemas que quedan”.
Uno de los mayores retos de los cultivos de palma es mantener la conectividad del paisaje. «El gobierno debe incentivar estudios en estos paisajes para entender cómo podemos diseñarlos para que sean productivos para el aceite pero también amigables con la biodiversidad”, explica.
Para Dammert, es necesario que quede claro hasta qué punto los gobiernos deciden apoyar o regular las tendencias de expansión de la palma. “Lo peor que podría pasar es que se opte, desde el poder político, en desarrollar a gran escala el cultivo en la región, sobre todo en la Amazonía”, explica el investigador peruano. “Es preferible desarrollar un marco regulatorio fuerte, con una capacidad fuerte del Estado en territorio, antes de promover a gran escala este cultivo. Ya hemos visto los complicados antecedentes de países como Indonesia y Malasia”, concluye.
Mongabay Latam presenta la serie Los Pecados de la palma aceitera en Latinoamérica. Cuatro casos donde los cultivos de palma han generado conflictos ambientales y sociales en Colombia, Ecuador, Honduras y México. Los tres primeros países se encuentran entre los 10 principales exportadores de aceite de palma en el mundo.
En Colombia, en la vereda Rubiales en Puerto Gaitán, Meta, de los guacamayos, dantas, ciervos y venados que recorrían los cultivos de caña, yuca, plátano y árboles frutales, no queda nada. Rubiales ya era una zona enmarcada en complejos de explotación petrolera que producen miles de barriles de crudo a diario, en la actualidad a cargo de la empresa Ecopetrol. Hoy, además de la infraestructura del crudo, se ven en el horizonte más de 3000 hectáreas de palma de aceite, un monocultivo que se ha extendido en la vereda reemplazando a bosques de galería y palmas de moriche, ecosistemas nativos de la zona.
En Ecuador, una sentencia judicial exige reparaciones sociales y ambientales a dos empresas palmicultoras y, sobre todo al Estado. La situación refleja el abandono que sufren dos comunidades en San Lorenzo, frontera con Colombia. Pero han pasado dos años y los afectados siguen en situación de vulnerabilidad.
En Honduras, la palma ha copado entre un 20 y un 30 % el área de los parques nacionales Punta Izopo y Jeanette Kawas. En el 2016, un incendio en el parque Kawas consumió 412 hectáreas y a finales de agosto 2019 se registró otro siniestro en Punta Izopo. La palma se adentra sin control en zonas protegidas.
En México, el Gobierno busca sembrar 100 000 hectáreas en el Estado de Campeche, que tiene la mitad de su territorio sujeto a conservación ambiental. Incidentes causados por empresas ponen en alerta a organizaciones ambientales y expertos que advierten sobre los riesgos de este polémico plan.
La versión completa de este reportaje fue publicada en Mongabay Latam. Puedes leerla aquí.
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