(Mongabay Latam / Jeanfreddy Gutiérrez Torres). Durante años, la arena fue el principal enemigo de la población de cotorras margariteñas o cabeciamarillas que habita en la Península de Macanao, en la costa oeste de la venezolana Isla de Margarita, en pleno Mar Caribe.
Como si no fuera suficiente ser la única especie del género Amazona que ha logrado adaptarse a un ambiente desértico, esta ave ha tenido que lidiar con la invasión de su hábitat por un grupo de empresas ávidas de extraer arena para la lucrativa industria de la construcción.
Para tener la fotografía más clara, hay que precisar que la isla Margarita está conformada por dos penínsulas unidas por un delgado istmo. De la costa occidental de la isla se saca arena para abastecer a la parte oriental, ahí donde se han levantado hoteles, complejos urbanos y centros comerciales.
El problema es que la apreciada arena se extrae de los bosques desérticos en los que anida, se reproduce y alimenta la cotorra margariteña, especie conocida por la ciencia como Amazona barbadensis y que figura como Vulnerable en la Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).
Frente a este escenario, un grupo de científicos decidió combatir las amenazas al hábitat de esta ave para salvarla de la extinción. En el camino no solo tuvieron que lidiar con la extracción de arena, sino con un problema mucho mayor: los cazadores furtivos, algunos de las mismas poblaciones locales, dispuestos a robarse los pichones de los nidos para el comercio de mascotas.
Treinta años después, el resultado del esfuerzo desplegado para proteger el principal centro de anidación de la cotorra y de concientizar a las empresas y comunidades de conservar a esta especie es contundente: la población de esta ave bordea las 1700 en la península de Macanao, tres veces más de los ejemplares registrados en 1989 cuando el proyecto comenzó.
¿Cómo lograron los científicos proteger a esta población de cotorras margariteñas?
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La recuperación del hábitat de la cotorra
La Isla de Margarita está ubicada en el insular estado de Nueva Esparta en Venezuela y es el hogar de una de las últimas seis poblaciones de la cotorra margariteña.
Cuando los científicos de la ONG Provita supieron que una de estas poblaciones, la que habita en la península de Macanao, estaba bajo seria amenaza, diseñaron un plan para atender el problema.
Empezaron por enfrentar el peligro que representaba para el hogar de esta colorida ave la extracción de arena, una actividad desarrollada, en algunos casos, en lugares tan sensibles como los puntos de anidación de la especie.
La quebrada La Chica era uno de los espacios clave por la cantidad de nidos identificados, pero el problema entonces era que estaba dentro de la propiedad de la empresa arenera Hato San Francisco. Los científicos buscaron entonces establecer una alianza con la empresa para conservar 700 hectáreas de bosque seco para estas aves. Y lo consiguieron.
Tras aislar el área de anidación, los científicos empezaron a trabajar en la recuperación del bosque afectado por las actividades de extracción de arena. La ventaja de que fuera arena y no oro o coltán el foco del negocio, es que no tenían que lidiar con la restauración de suelos contaminados o degradados.
“Hay que decir que no fue fácil porque requirió de un gran trabajo de planificación, coordinación y gestión por parte del equipo local”, explica Alejandro Díaz Petit, gerente del proyecto impulsado por Provita. El trabajo de restauración ecológica, que empezó hace 10 años y que en el 2018 logró sembrar 2000 árboles en las quebradas, fue posible mediante la instalación de ocho viveros comunitarios, detalla José Manuel Briceño, subcoordinador de Provita en Nueva Esparta y coordinador del proyecto de la cotorra margariteña.
Las comunidades pesqueras de Macanao tienen una íntima relación con la cotorra, por lo que no es raro ver en las casas por lo menos una en cautiverio.
Entonces, con la ayuda de las investigadoras Laurie Fajardo y Milagros Lovera del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC), se empezó a trabajar en el enriquecimiento de los suelos con microrrizas —una simbiosis entre hongos y raíces de plantas— para luego plantar árboles de importancia ecológica para el hábitat de la cotorra, como el guayacán y el palo sano.
Fue así como los árboles volvieron a poblar un espacio que antes de la intervención lucía desértico. Se plantaron 2000 árboles en 11 mil metros cuadrados de las quebradas, todo con el fin de propagar las semillas de las especies.
Díaz Petit detalla el foco actual del proyecto. “Compramos una finca en Chacaracual y estamos georreferenciando los nidos para establecer un programa de protección, pero por el momento estamos utilizando más los terrenos en La Chica perteneciente al Hato San Francisco, para proteger la mayor cantidad de nidos, dado que posee un acceso mucho más sencillo”, explica Díaz.
La meta que se han trazado este año es plantar 3000 árboles más, de otras seis especies, en un terreno de dos hectáreas.
Pero la recuperación del hábitat de la cotorra es solo una parte del proyecto. Los científicos sabían que era vital mejorar la relación de las comunidades locales con esta especie.
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Pichones en la mira
Las comunidades pesqueras de Macanao tienen una íntima relación con la cotorra, por lo que no es raro ver en las casas por lo menos una en cautiverio. El argumento es que estas aves acompañan a las mujeres cuando sus esposos se van a pescar por semanas o meses.
Lo que no sabían los habitantes de Macanao es como esta decisión de aislar a una de estas aves afecta a la población. La cotorra tiene una única pareja en su vida y se reproduce en vida silvestre sólo una vez al año. Así que la extracción ilegal de cotorras, realizada por personas locales, representa una de las principales amenazas junto con la destrucción de su hábitat.
Un estudio sociológico encontró en 2017 que la reducción de las poblaciones de cotorra margariteña se debía, principalmente, a la captura para su uso como mascotas dentro de Macanao. “Entender eso fue el primer paso. Luego superar el extractivismo arraigado por su cultura pesquera, para enseñarles cómo mantener las poblaciones de cotorras…y cuidarlas en cautiverio”, explica el ecólogo Carlos Peláez, miembro de Provita.
Cuando los hombres parten a las largas faenas de pesca, que a veces se extienden por meses, tienen como hábito capturar una cotorra margariteña para regalársela como mascota de compañía a sus mujeres, como recuerdo del hijo, el hermano o el marido que esperan.
Las cotorras enjauladas viven sólo 12 años en lugar del medio siglo que podrían. Esto a raíz de la comida rica en carbohidratos procesados que les dan en cautiverio. Y esto es lo que Provita está tratando de cambiar con su programa de formación comunitaria: alargar la vida de estas aves en los hogares para reducir la sustitución.
La costumbre de extraer de los nidos a las cotorras llegó a niveles incontrolables. Los saqueadores capturaban pichones ya no sólo para las mujeres de su casa sino para la venta fuera de Macanao, lo que representaba un peligro mucho mayor para esta especie.
Gabriel León asegura “sentirse muy orgulloso” de ser parte del equipo de ‘EcoGuardianes’, pues asegura que ha entendido “la importancia que tiene la naturaleza para el ser humano”.
Así nació la idea de formar a un equipo de ‘EcoGuardianes’, jóvenes de la comunidad dispuestos a proteger los nidos de las cotorras. Ellos aprendieron de biología y conservación, pero sobre todo a monitorear los nidos para supervisar el buen estado de los huevos y pichones. Ademas fueron entrenados en la reparación de los nidos artificiales instalados.
“El trabajo de Provita y los ‘EcoGuardianes’ es fundamental porque el saqueo de nidos puede llegar al 100% en las zonas no vigiladas”, señala Gianco Angelozzi, uno de los analistas de la ONG que ayuda a la formación y seguimiento de la especie. Con treinta años de experiencia en el proyecto, Juan Pablo Millán, coordinador de campo, precisa también la importancia de esta tarea de vigilancia: “Es gracias a este proyecto que la cotorra aún existe en Macanao”.
Gabriel León asegura “sentirse muy orgulloso” de ser parte del equipo de ‘EcoGuardianes’, pues asegura que ha entendido “la importancia que tiene la naturaleza para el ser humano”.
El biólogo venezolano José Manuel Briceño, subdirector regional de Provita en Nueva Esparta, le dijo a Mongabay Latam que la elección de la cotorra margariteña, entre tantas especies que existen en la isla, para implementar un proyecto de conservación no fue al azar. Tiene un sentido más amplio. Al ser una “especie paraguas”, explica Briceño, el tamaño de sus poblaciones es un indicador positivo de otras especies como el cunaguaro, el venado de Margarita, el conejo o la iguana.
Pero también es una “especie bandera”, así que para conservar el acervo cultural de la isla Margarita y mejorar los lazos con las comunidades, eligieron a esta especie entre todas las presentes en la isla. Por eso cada año organizan eventos como el Festival de la Cotorra Margariteña, que incluye actividades culturales, danza, folklore, cantos, entre otras atracciones en las que participan las comunidades.
También se han sumado aliados del sector de turismo para atraer visitantes a Macanao, pues la península situada al oriente de Margarita fue siempre la más concurrida. Hoy se ofrecen rutas de senderismo y la posibilidad del avistamiento de aves, actividades que a su vez han promovido la aparición de pequeños negocios familiares que brindan servicios a los turistas y generan ingresos a las comunidades locales.
“Dado que la conservación es un acto humano y son las propias comunidades quienes protegen lo suyo, hay que mostrar que la cotorra es una ave endógena, añadir valor cultural y mejorar la calidad [de vida]”, detalla Peláez.
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Éxitos por los aires
En el 2018 se estableció una nueva marca para el programa: se identificaron en los nidos 126 ‘volantones’, como llaman a los pichones que están listos para emprender vuelo.
Este dato, sumado al censo realizado en setiembre de 2018, fue tomado como una buena noticia, pues los científicos contaron ese año 1700 cotorras en Macanao, casi el triple de las 700 encontradas en 1989.
¿Cómo lograron aumentar la población? Los expertos de Provita indican que la respuesta esta en toda la estrategia desplegada y, sobre todo, en haber logrado reducir el saqueo de nidos en más del 90% desde 2003. Estas cifras fueron posibles con la labor de vigilancia de los ‘EcoGuardianes’, la policía local y las autoridades regionales del Ministerio de Ecosocialismo, precisan los científicos.
Además, también señalan como parte importante de este logro el haber conseguido que el programa de educación ambiental forme parte del currículo de 13 escuelas de la zona.
Cuidar a la cotorra significa cuidar a los bosques y viceversa. Básicamente porque esta ave come frutas del bosque seco y actúa como una gran dispersora de semillas, así que mientras exista una población estable de aves se puede esperar que los bosques se regeneren por sí mismos, precisa el ecólogo Carlos Peláez de Provita.
El éxito de este programa no solo ha sido reconocido en Venezuela. En 2018, el biólogo Jon Paul Rodríguez, co-fundador de Provita y jefe de la Comisión de Supervivencia de Especies de la UICN desde 2016, recibió el Premio Whitley —más conocido como el ‘Oscar Verde’ de la conservación— por el trabajo desplegado a lo largo de treinta años en la península de Macanao.
“Hay muy pocos ejemplos en el mundo en los que se comprenda que hace falta un apoyo sostenido, así que podemos atribuirle a Whitley parte del crédito”, dice Rodríguez.
“Demostramos que no sólamente se puede innovar sino también se pueden tener efectos transformadores en la conservación de la especie y la participación de la comunidad”, le dijo a Mongabay Latam. Y agregó que si hay uno de los aspectos sociales más interesantes que pueden destacarse entre los resultados alcanzados es “el cambio en el lenguaje”. Al léxico macanoense se han agregado términos como volantones, pichones, saqueadores y nidos, lo que revela que las actividades desarrolladas por Provita han calado en la cotidianidad.
El proyecto de la cotorra margariteña suma con el nuevo reconocimiento 60 000 libras esterlinas, monto que será usado para el desarrollo de un plan de acción para la cotorra margariteña que cumpla con los estándares de la UICN. Este modelo de trabajo no sólo servirá para conservar a la cotorra, sino para reproducir el mismo enfoque con otras especies.
Sobre Whitley, el director de Provita reconoció que los fondos recibidos hasta en cinco oportunidades fueron de gran ayuda para financiar más de la mitad del tiempo del programa ejecutado. “Hay muy pocos ejemplos en el mundo en los que se comprenda que hace falta un apoyo sostenido, así que podemos atribuirle a Whitley parte del crédito”, dice Rodríguez.
El proyecto evalúa ahora la posibilidad de escalar la iniciativa a otros espacios como la isla de Bonaire, el otro hábitat de las cotorras margariteñas. “La estrategia permitirá desarrollar un plan de conservación de la especie con un alcance internacional, por lo que se estarían integrando tanto los esfuerzos que se realizan en Venezuela y Bonaire para visualizar a largo plazo la conservación de la cotorra”, explica Díaz Petit.
Los fondos, finalmente, también permitirán darle estabilidad a los veinte ‘EcoGuardianes’ que monitorean y cuidan los nidos, así como sembrar 10 mil árboles más en el bosque seco de Macanao que alberga a esta ave.
La cotorra es un ejemplo de cómo se puede combinar el trabajo científico con la transformación social de las comunidades para conservar a una especie, sin perder de vista un ingreso sostenible para la población y el respeto del medio ambiente.
El artículo original fue publicado en Mongabay Latam. Puedes revisarlo aquí.
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