(Mongabay Latam / Yvette Sierra Praeli). Las manchas que tienen los jaguares los hace únicos. No existe un patrón que se repita, por tanto, es posible identificar a cada animal reconociendo las diferencias en los detalles de su piel. Para cualquier persona parece una tarea imposible, pero para los científicos que se dedican a estudiar esta especie esta labor es clave. Las imágenes recogidas durante dos años en verdad impresionan. Se ve a los jaguares paseando frente a las cámaras trampa, otros solo están descansando y algunos pareciera que nos están observando a través del lente.
“Ese es Curaca”, dice José Luis Mena, el director científico de World Wildlife Fund (WWF) Perú, mientras vemos fotografías de las cámaras trampa que se instalaron en el denominado corredor Napo – Putumayo, en la frontera entre Perú, Ecuador y Colombia, donde se realizó un estudio para determinar la ocupación y abundancia del jaguar (Panthera onca) en el corredor que une los tres países.
Mena muestra las manchas que le han permitido identificar a ese imponente animal que recorre el Parque Nacional Güeppi-Sekime, en el norte de Perú. «Curaca» aparece en varias oportunidades en las imágenes de las cámaras trampa que en los últimos dos años se instalaron en tres áreas protegidas de la triple frontera: la Reserva de Producción Faunística Cuyabeno, en Ecuador; el Territorio Indígena Predio Putumayo, en Colombia; y el Parque Nacional Güeppi-Sekime, en Perú.
Estas áreas reservadas forman parte del primer monitoreo transfronterizo para esta especie que realizó la Estrategia Regional para la Conservación del Jaguar, liderada por WWF, en la que participaron comunidades indígenas y guardaparques de las zonas protegidas en cada país.
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Una visión regional
Para hacer la evaluación, los investigadores instalaron 129 cámaras trampa en todo el corredor que se extiende por 131 000 kilómetros cuadrados en los tres países. Cada estación contaba con dos aparatos y en total se registraron 64 700 fotografías.
Las primeras estimaciones indicaron la presencia de 1.5 jaguares por cada 100 kilómetros cuadrados, lo que ha permitido estimar que en la triple frontera podría haber unos 2000 felinos.
“Estamos hablando de un territorio con áreas naturales protegidas y comunidades indígenas, que funciona como un corredor natural”, comenta Mena sobre la zona evaluada que une a los tres países.
El investigador señala que por primera vez se ha realizado un monitoreo conjunto en Colombia, Perú y Ecuador para conocer cuál es la situación del felino más grande de América, una especie icónica que habita desde el sur de Estados Unidos hasta Argentina, aunque ya se considera extinto en Uruguay y El Salvador. “Queremos establecer una línea de base del estado de conservación del jaguar en este territorio transfronterizo y pensar en un monitoreo permanente de la zona”, comenta Mena.
Jessica Pacheco, Oficial de Bosques y Agua de WWF Ecuador, también se refiere a la importancia de los denominados corredores ecológicos. “Los jaguares no conocen fronteras, por lo que se mueven en amplios territorios, sin importar los límites políticos. Cada individuo necesita un gran espacio para vivir y tener las presas suficientes para subsistir”.
Pacheco agrega que los esfuerzos de conservación tienen que ser transfronterizos y con un enfoque regional “que permita generar estrategias conjuntas que se adapten a la realidad de las especies y los ecosistemas”.
Desde Colombia, Joaquín Carrizosa, coordinador para la Amazonía en WWF Colombia, reafirma que es la primera vez que Ecuador, Perú y su país se unen para trabajar alrededor del monitoreo y el conocimiento del jaguar. “Esto va a redundar en un nuevo proceso de conservación transfronterizo que no teníamos en la región amazónica, para proteger las poblaciones de este gran felino y la biodiversidad asociada, desde una visión regional de la Amazonia y no solo desde la perspectiva de cada país”.
Ese enfoque regional también quedó plasmado en diciembre de 2018 cuando distintos países de Latinoamérica elaboraron una propuesta conjunta para salvar a este felino americano. Se trata del “Plan Jaguar 2030: plan regional para la conservación del felino más grande del continente y sus ecosistemas”, una hoja de ruta para la supervivencia de esta especie.
El plan prioriza la conectividad, las acciones que cada país debe tomar para proteger a esta especie y sus ecosistemas y la conservación de los corredores donde habitan los felinos. Estas medidas forman parte de la estrategia entre Colombia, Perú y Ecuador.
Howard Quigley, director ejecutivo de conservación científica de la organización Panthera y uno de los más destacados científicos dedicados a la investigación de los grandes felinos, ha reiterado, en varias oportunidades, que la conectividad entre los países es crucial para la supervivencia de la especie.
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La expedición en la triple frontera
El viaje desde Iquitos, la capital de la región Loreto en Perú, hasta la reserva Güeppi-Sekime dura de tres a cuatro días, explica Vania Tejeda, bióloga de WWF-Perú, responsable del trabajo de campo para el monitoreo con cámaras trampa.
Para llegar —cuenta Tejeda— se viaja durante dos días por el río Napo desde Iquitos hasta Cabo Pantoja, el último pueblo peruano en la frontera con Ecuador. De allí se parte hacia la reserva comunal Airo Pai hasta llegar al parque nacional Güeppi-Sekime.
El trabajo en el lado peruano se realizó con indígenas de la comunidad nativa Puerto Estrella, donde viven unas 10 familias, así como con pobladores de Cabo Pantoja, que viven en la zona de amortiguamiento de Güeppi-Sekime. “Esta zona está rodeada por comunidades que se dedican a la pesca, a la caza, algunos trabajan como guardaparques para el Servicio Nacional de Áreas Protegidas por el Estado (Sernanp). Todas son personas que conocen el campo”.
Las cámaras trampa se instalan y dejan por tres meses. En este caso, los tres países iniciaron el monitoreo entre noviembre y diciembre de 2017 y recogieron la información en abril de 2018. Una segunda etapa se realizó entre fines del 2018 y abril de este año. “Cuando vamos a recoger la información de las cámaras vemos que ellos han caminado por la misma zona quizás unos minutos antes. Posiblemente están alrededor tuyo y te están observando”, dice Tejeda.
En Ecuador y Colombia también se realizó el trabajo en coordinación con las comunidades nativas. Pacheco, de WWF Ecuador cuenta que en ese país participaron miembros de la localidad de Zábalo, del pueblo Cofán y de la localidad Zancudo Cocha, del pueblo Kichwa. “La participación de las comunidades locales fue indispensable en este proceso. Ellos fueron capacitados en el uso de cámaras trampa y dispositivos GPS, además, mediante el monitoreo biológico comunitario se busca incentivar el manejo territorial consciente e informado”.
Pacheco recuerda a Diego, un niño de nueve años a quien le encantaba acompañar a su padre Saúl, miembro del equipo de monitores. “Solía unirse al grupo para la instalación y recolección de las cámaras trampas en Zancudo Cocha. Desde un inicio nos sorprendió la reacción de los niños de la comunidad al ver imágenes del jaguar. No podían ocultar su asombro”.
Para Carrizosa lo más importante de esta experiencia ha sido combinar la cultura tradicional indígena con el conocimiento científico. “Queremos que las mismas autoridades indígenas y sus comunidades lideren los procesos de investigación y conservación del jaguar”. El experto colombiano dice que han logrado constatar que el conocimiento indígena y los sistemas de manejo tradicionales funcionan para la protección de la biodiversidad, por ello, aún se cuenta con un ecosistema saludable como el de la zona de estudio.
“Cuando caminaba por la reserva donde colocamos las cámaras trampa pensaba que esa era el área por donde transitan y realmente tenía la esperanza de encontrarme con alguno de ellos”, dice José Luis Mena, de WWF Perú. El científico, que ahora está dedicado a revisar miles de imágenes captadas en estos dos años, cuenta que al «Curaca» lo ha encontrado en las imágenes del primer año, pero también en las recogidas durante el segundo.
Ahora hay otro jaguar que se repite en las imágenes y al que llaman “el jaguar gimnasta”, porque en un video se le ve desperezándose sobre el forraje. “Nos hemos quedado fascinados, hace cuatro años que trabajamos con jaguares y es la primera vez que vemos a uno estirándose como si fuera un gatito”.
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Una selva amenazada
De acuerdo con la organización Panthera, los jaguares han desaparecido del 40 % de su rango histórico en el continente. Sus hábitats se han perdido debido al avance de la agricultura y otros usos del suelo.
La especie está categorizada como Casi Amenazada, de acuerdo con la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) y además de la pérdida de su hábitat, enfrenta la caza ilegal para la comercialización de sus partes principalmente en el mercado asiático, conflictos con la población local por el riesgo que representa para el ganado y por la excesiva caza de los animales que son presas del jaguar.
“El Sitio Ramsar Cuyabeno-Lagartococha-Yasuní es uno de los pocos paisajes en Ecuador que aún mantiene poblaciones viables de jaguar”, dice Jessica Pacheco de WWF Ecuador y agrega que ha sido muy alentador haber registrado varios individuos de la especie en la zona reservada de ese país durante el reciente estudio.
Carrizosa señala que en el sector evaluado en Colombia se ha logrado identificar poblaciones saludables de jaguares. “Hemos estimado que hay un mayor número de animales del que esperábamos”. Sin embargo —dice— el estudio también da cuenta de las enormes presiones y amenazas en aumento sobre el hábitat del jaguar, que pone en riesgo el buen nivel de conservación de sus poblaciones.
A José Luis Mena, de WWF Perú, le preocupa que se esté produciendo un fenómeno de “defaunización” en la Amazonía. En todo el camino entre Iquitos y la frontera de Perú con Ecuador —explica Mena— casi no se observa fauna silvestre, solo aparece cuando se llega a la zona reservada. “La selva está defaunada debido a la gran presión de caza que existe sobre grandes vertebrados para consumo local”.
Aunque aún falta realizar estudios sobre este fenómeno de pérdida de fauna, Mena considera que un proceso como este afecta al bosque mismo por los problemas que se presentan en la dispersión de semillas. También es una amenaza para grandes vertebrados como el jaguar, que se alimentan de otros animales, y puede ocasionar la reducción en la provisión de proteínas para las comunidades asentadas en estos territorios.
Hasta la década de 1970, estos felinos fueron perseguidos por sus pieles, situación que se detuvo porque los gobiernos emitieron leyes y normas estrictas para su protección. Sin embargo, la demanda por sus colmillos, garras y pieles en el mercado asiático ha hecho que la amenaza de la caza ilegal resurja en los últimos años.
Casi el 90 % de la población de jaguares se encuentra en la cuenca del Amazonas. Es un símbolo para la cultura americana y su presencia es un referente de la vitalidad de un bosque.
Imagen principal: Más de 64 000 imágenes fueron captadas por las cámaras trampa. Foto: WWF Perú.
El artículo original fue publicado en Mongabay Latam. Puedes revisarlo aquí.
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