(Mongabay Latam / Antonio José Paz Cardona).- Colombia es el segundo país con mayor diversidad de anfibios en el mundo, solo superado por Brasil cuyo territorio es ocho veces más grande. En total, hay 829 especies descritas hasta el momento en tierras colombianas.
Sin embargo, 230 de ellas (27,7 %) se encuentran en la lista roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) debido a la declinación masiva de anfibios que se viene reportando desde los últimos 40 años. La mayoría de estos animales son endémicos de Colombia, por lo que su extinción implica la desaparición total de estas especies a nivel global.
En los últimos años se ha avanzado en el estudio de los anfibios, pero son pocos los programas de conservación que existen en en el país. “Hay mucha investigación y excelentes investigadores pero no hay iniciativas permanentes de conservación. Empezando porque no sabemos con seguridad cuáles son las poblaciones que se están perdiendo en el país, las amenazas que enfrentan y, por lo tanto, cuáles son las soluciones que necesitamos para poder recuperarlas”, asegura Germán Forero, director científico de WCS Colombia.
Por eso, la organización viene liderando desde hace tres años, con apoyo del Zoológico de Zurich, el Zoológico de Cali y Parques Nacionales Naturales de Colombia, una estrategia de conservación de anfibios en áreas protegidas. De acuerdo con las investigaciones y análisis de WCS, en solo cinco Parques del país habitan al menos el 30 % de las especies amenazadas.
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Conservando en cinco áreas protegidas
Cuando los investigadores se concentran en la cifra de 230 especies amenazadas, es inevitable que les surja una pregunta: ¿cómo hacer para conservar tantas especies? El reto es enorme y también se sabe que los recursos para la conservación en países como Colombia son muy limitados. WCS pensó en encontrar una estrategia costo-efectiva con la cual pudiera trabajar con el mayor número de especies posibles a pesar de las limitaciones económicas.
Para Germán Forero, hay dos hechos que facilitaron el desarrollo de la estrategia. En primer lugar, las especies de anfibios amenazadas con un rango de distribución muy reducido están concentradas en algunas zonas del país, principalmente las cordilleras Central y Occidental de Los Andes. En segundo lugar, en estas regiones ya existen áreas protegidas.
Después de algunos análisis preliminares pudieron determinar que, asegurando la protección de algunos Parques Nacionales, se podía proteger a muchos anfibios amenazados. Las áreas seleccionadas fueron el Parque Nacional Natural (PNN) Farallones de Cali con 30 especies amenazadas, PNN Selva de Florencia con 27, PNN Munchique con 25, PNN Tatamá con 24 y el Santuario de Fauna y Flora Guanentá Alto Río Fonce con 13. “Esto no quiere decir que nuestra estrategia sea la única o la mejor, pero es nuestro punto de partida”, dice Forero.
Lo primero que hicieron los investigadores fueron los muestreos para confirmar la presencia de las especies amenazadas en los Parques. Posteriormente, identificaron las amenazas potenciales que podían estar afectando a los anfibios y, finalmente, consolidaron con los funcionarios de Parques un programa de monitoreo en las áreas protegidas.
En la actualidad, dos amenazas globales son el hongo quitridio (Batrachochytrium dendrobatidis) y un virus conocido como ranavirus. Pero no solo esto, el investigador Gustavo González, una de las personas que ha liderado la estrategia de conservación que ya lleva tres años, comenta que también hay factores naturales como los deslizamientos de tierra en fuentes de agua que se han convertido en una amenaza para algunos anfibios. Además, hay especies invasoras como la trucha, que depredan a los renacuajos; y actividades humanas como la deforestación, la contaminación de las aguas y la ganadería extensiva que ponen en serio peligro a estos animales.
“Son amenazas que afectan a algunas especies y disminuyen su presencia en ciertos sitios. El personal de Parques Nacionales realiza los monitoreos y nosotros brindamos todo el apoyo y capacitación”, dice González.
Además, también trabajan con personas que tienen predios y fincas aledaños a los Parques Nacionales para conservar la conectividad de los bosques y evitar la fragmentación y pérdida de hábitat de los anfibios. Básicamente, los propietarios destinan algunas áreas para la conservación, liberan bosques y actividades productivas a cambio de incentivos para la conservación como la construcción de cercas para aislar estos bosques del ganado e iniciar procesos de restauración.
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Especies críticas y… los Atelopus
Falta de información es quizás uno de los problemas más fuertes a los que se enfrentan los científicos. Algunas especies se creen extintas, pero, según Gustavo González, esto no es fácil de afirmar con certeza, a pesar de que hayan pasado décadas sin tener registros de ellas. “Es probable que uno vaya en una época donde no estén activas o que no salgan. También hay unas especies muy difíciles de ver”. Lo que hace sospechar de una posible extinción es que en los 80 y 90 algunas especies eran muy abundantes y los investigadores han ido nuevamente a las mismas localidades y ya no encuentran las ranas. González comenta que eso ha pasado por lo menos con seis especies en el PNN Selva de Florencia y con cuatro en PNN Farallones.
“Ahora que hemos vuelto encontramos por lo menos la mitad de la riqueza que había antes. A finales de los 90, en Selva de Florencia, se alcanzaron a reportar 72 especies y ahora contamos solo la mitad, luego de muchas salidas de campo y de estar en los lugares donde se habían registrado. Eso habla mucho de cuál es el estado actual de las poblaciones”, dice González.
La conclusión es que definitivamente han disminuido. Hace varios años las registraron en expediciones de 15 días y hoy los investigadores no las han registrado a pesar de que han permanecido en esas zonas incluso durante un mes en diferentes años.
Algunos anfibios están más amenazados que otros y, por lo general, los que presentan mayor peligro son aquellos con comportamientos más acuáticos o que se reproducen en el agua. Esos también suelen ser los más vulnerables al hongo quitridio.
El género Atelopus ─conocido como ranas arlequines─ preocupa bastante. Colombia contaba con 45 especies que empezaron a desaparecer desde los años 80 y resulta alarmante que hoy solo existan siete. Solo sobreviven, con poblaciones estables, algunas ranas en la Sierra Nevada, una en el departamento del Tolima, al menos dos en la región Pacífico y una en la Amazonía, según datos de WCS.
Gustavo González dice que, aunque UICN ubica a muchas especies en la categoría En Peligro Crítico, algunas llevan tanto tiempo sin registros y con declinaciones confirmadas que podrían considerarse posiblemente extintas. Entre ellas se encuentran: Atelopus sonsonensis, Atelopus pictiventris, Atelopus aff chocoensis, Atelopus famelicus, Atelopus lynchi, Atelopus monohernandezi y Atelopus mittermeieri (esta última fue registrada hace 10 años, sin embargo, nuevas exploraciones no han permitido encontrarla).
Otros anfibios bastante afectados son las ranas marsupiales de Colombia que también han reportado disminuciones, así como varias ranas venenosas y de desarrollo directo ─que no pasan por una etapa de renacuajo en el agua─ asociadas a quebradas y riachuelos.
En medio de ese difícil panorama los científicos de WCS han encontrado por lo menos 15 especies nuevas que están en proceso de descripción. Aunque pareciera contradictorio con la tendencia mundial de disminución en poblaciones de anfibios, esto se debe a que, como lo confirmaron a Mongabay Latam, se han visitado zonas como páramos donde no había llegado ninguna expedición previa.
La versión completa de este reportaje fue publicada en Mongabay Latam. Puedes leerla aquí.
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