(Mongabay Latam / Antonio José Paz Cardona).- “Más que sacar a los industriales ─que era lo que pedían los artesanales─ lo que se necesitaba era regular el tiempo y el espacio donde pescaban”, cuenta Neiver Obando, coordinador de áreas protegidas de Codechocó. La relación entre pescadores industriales y artesanales en los mares colombianos no siempre ha sido fácil y eso era lo que ocurría en el norte del departamento del Chocó. Las comunidades afrocolombianas se quejaban de que las grandes flotas camaroneras los perjudicaban y los industriales, por supuesto, se defendían.
El conflicto duraba ya décadas cuando finalmente llegó la solución. En el 2014 se creó el Distrito Regional de Manejo Integrado (DRMI) Golfo de Tribugá – Cabo Corrientes, un área natural protegida que no solo delimitó la zona donde los industriales y los artesanales podían pescar. Como el DRMI además limita con el Parque Nacional Utría se convirtió en una zona de gran importancia para la reproducción de especies y la protección de tortugas y del amenazado tiburón martillo (Sphyrnidae).
¿Cómo se resolvió este enfrentamiento entre pescadores artesanales e industriales?
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Las quejas de los artesanales
Uno de los principales problemas que había antes de la creación del DRMI era el descarte de producción de los grandes barcos. Según los pescadores artesanales, las enorme embarcaciones, en su búsqueda por camarón utilizando la pesca de arrastre, terminaban capturando otras especies que luego eran devueltas sin vida al mar. “Los peces, al ver esa carnada fácil se la comían y cuando los pescadores artesanales salían en sus faenas, ningún animal picaba porque ya todos estaban llenos”, cuenta Harry Samir Mosquera, líder del Consejo Comunitario Los Riscales.
Adicional a esto había otros problemas. Las herramientas de pesca de los artesanales caían en el arrastre de los barcos camaroneros y era muy difícil que estos últimos respondieran económicamente por las pérdidas de los pescadores. “No había una competencia sana y equilibrada pues una red arrastra todo y un pescador tira solamente un anzuelo”, asegura Luis Perea, presidente del Grupo Interinstitucional de Pesca Artesanal (Gicpa) —conformado por pescadores, miembros del Estado y organizaciones civiles—.
Adicionalmente, Perea recuerda que las comunidades venían alertando por la disminución de algunas especies en las aguas. Esto motivó el desarrollo de investigaciones que al final llevaron a que las comunidades conocieran mejor el océano y tuvieran claro cuáles eran los sitios de mayor importancia para la reproducción de especies. Gicpa logró que, antes del DRMI Golfo de Tribugá – Cabo Corrientes, el gobierno nacional declarara, en 2008, 111 200 hectáreas como la primera zona exclusiva para pesca artesanal del Pacífico colombiano (Zepa).
Ahora, con la declaratoria del DRMI, que permite usos sostenibles del área protegida, se ha llegado a varios acuerdos con los pescadores industriales. Uno de ellos es que los barcos que en sus faenas arrastren los espineles ─una especie de palangre que consiste en una cuerda gruesa de la que cuelgan anzuelos─ de los pescadores artesanales deben pagarlos. “Han estado cumpliendo con eso y además tenemos unas mesas de verificación”, destaca Neiver Obando de Codechocó.
El Instituto de Investigaciones Marinas y costeras (Invemar) también realiza cruceros donde monitorea el descarte ─arrojo al mar de especies muertas que no eran objetivo de pesca─ y ha encontrado que este es cada vez es más bajo, asegurando la sostenibilidad del DRMI. Otro de los acuerdos es que el tiempo de pesca industrial no coincida con la época de avistamiento de ballenas para no perjudicar el turismo. “Un logro muy importante fue que los acuerdos fueron elevados a resolución por la Autoridad Nacional de Acuicultura y Pesca (AUNAP) y eso le da un peso jurídico al tema”, dice Obando.
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La investigación científica
El Invemar fue la entidad encargada de suministrar la información sobre los ecosistemas, presencia de especies importantes a nivel ecológico, avistamiento de ballenas en el área, entre otras variables, que hicieron propicia la declaratoria de este DRMI.
Mario Rueda, coordinador del Programa Valoración y Aprovechamiento de Recursos Marinos de la entidad le dijo a Mongabay Latam que antes de declarar el área, los pescadores artesanales listaron los riesgos que podían ocurrir en el ecosistema por diferentes prácticas y una de las principales, para ellos, era la pesca industrial, a la cual acusaban de muchos de los problemas en la parte marina. “El punto es que cuando llega ese documento al Instituto y lo vemos varios investigadores, nos damos cuenta que estaban excluyendo a la pesca industrial de camarón en el área, una actividad que se hacía allí hace más de 15 años”, cuenta.
Rueda recuerda que al principio las comunidades veían al Invemar como defensor de la pesca industrial, pero enfatiza en que no se estaba tomando en cuenta una información importante, que tenía poco más de 10 años, en la que constaba que “la pesca de camarón de profundidad no tenía ese efecto negativo sino que se estaba confundiendo con otro tipo de pesca del recurso que se hace con la misma tecnología pero en aguas someras”.
El Invemar hizo una revisión de las normas y diseñó un estudio en un barco camaronero para demostrar cuál era la magnitud del impacto de esta pesca, que se mide en términos de descarte. Rueda asegura que en aguas poco profundas, menores a 60 metros de profundidad, causa bastante daño porque hay mucha biodiversidad de especies, “pero aquí la plataforma es muy corta y de grandes profundidades (entre 150 y 200 metros) a poca distancia. Allí hay unos fondos sedimentarios, no hay corales y en ciertas temporadas se encuentran camarones que migran y pueden ser capturados sin mayor impacto. Son capturas relativamente limpias”.
Lo que se decía era que la relación era 1-20, es decir, que por un kilo de camarón se sacaban 20 kilos de fauna de acompañamiento y lo que encontró el Instituto en sus investigaciones era que la relación era 1-1 o 1-2, “lo cual a nivel mundial se considera una captura limpia”.
Aún así, los pescadores artesanales querían comprobarlo y se hizo una salida en un barco donde pudieron verificarlo. Fue en ese momento cuando aceptaron la pesca industrial, eso sí, bajo condiciones muy distintas a como se hacía anteriormente: reduciendo el tiempo de pesca y limitando los lugares para hacerla.
“Todo eso se validó y es ahí donde radica el éxito del DRMI. Fue un hecho histórico porque antes industriales y artesanales no se hablaban”, dice Rueda, y añade que “la captura de camarón ha permanecido estable y es una de las pocas pescas industriales que es sostenible y con un impacto ambiental muy pequeño”.
La versión completa de este reportaje fue publicada en Mongabay Latam. Puedes leerla aquí.
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