(Mongabay Latam / Yvette Sierra Praeli).- Desde los dos años, Narel Paniagua-Zambrana vivió jugando en las montañas, porque su padre, geólogo de profesión, trabajaba en las minas de estaño de Bolivia. Esa libertad que sentía en su contacto diario con la naturaleza la llevó a buscar una profesión que le permitiera hacer lo mismo. Así se convirtió en bióloga y se especializó en etnobotánica, una ciencia que estudia el uso de las plantas.

Hace unos días, recibió el premio de la Organización para las Mujeres en la Ciencia para el Mundo en Desarrollo 2019 de la Fundación Elsevier, junto a otras cuatro científicas de Bangladesh, Gambia, Nepal y Palestina. El galardón le fue entregado por sus investigaciones sobre el conocimiento tradicional del uso de las plantas por parte de las poblaciones indígenas y las comunidades locales.

Sus exploraciones en etnobotánica empezaron en 1993, cuando por primera vez conoció a dos sabios del pueblo Tacana. “Su forma de enseñar me impresionó”, dice sobre ese primer encuentro con la sabiduría ancestral. Ahora, es investigadora en el Herbario Nacional de Bolivia, el Instituto de Ecología y la Universidad Mayor de San Andrés, además de liderar proyectos en países como Perú, Colombia, Georgia y Madagascar.  

Narel Paniagua-Zambrana y las otras ganadoras del Premio de la Organización para las Mujeres en la Ciencia para el Mundo en Desarrollo 2019. Foto: Fundación Elsevier.

En conversación con Mongabay Latam, Narel habla de su vida en las comunidades indígenas; de su trabajo junto a su esposo, el también etnobotánico Rainer Bussmann; de los libros publicados en coautoría con los comuneros; y del saludo de Evo Morales luego de que recibiera el premio. Una charla llena de entusiasmo que refleja ese espíritu que desde niña se paseaba por los Andes de Bolivia y que ahora también recorre su Amazonía.

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Usted acaba de ganar el premio de la Organización para las Mujeres en la Ciencia para el Mundo en Desarrollo que entrega cada año la Fundación Elsevier a cinco científicas destacadas. ¿Qué significado tiene este reconocimiento?

Para mí ha sido impresionante la repercusión que ha tenido el premio. Y lo he definido con tres palabras: visibilización, porque nos ha puesto a los científicos, a los biólogos y a las mujeres en los ojos y oídos de todos para mostrar una profesión y área de investigación qué tal vez no se conocía. Motivación, porque si tu colega ya tiene un premio por un trabajo similar al tuyo, eso te empuja a querer ganar también. Y compromiso, porque me involucra más con lo que estoy haciendo, con los estudiantes y con las comunidades nativas.

¿Cómo empezó su acercamiento con las comunidades nativas?

Mi trabajo con las comunidades nativas comenzó con el Field Museum de Chicago, en 1993, cuando llegó a Bolivia para entrenar a biólogos en las técnicas de inventarios rápidos (rapid evaluation). Eso me permitió ser parte de proyectos de inventarios de biodiversidad que se hicieron en varios parques nacionales.  Recuerdo que mi primera experiencia fue en una reserva en la que se haría ecoturismo y donde había una comunidad. Ahí conocimos a dos sabios, una pareja del pueblo Tacana, que habló de la forma en que usaban las plantas, porque no es un manejo per se, sino una relación que establecen con el medio ambiente. El tema me cautivó. Comencé a entender muchas cosas que te preguntas por qué están pasando. Después, hice mi tesis sobre el impacto del uso de una palmera en la Amazonía, con la doctora Mónica Moraes como asesora, quien me encaminó en el trabajo con estas especies.

Narel Paniagua-Zambrana y su esposo Rainer Bussmann trabajan juntos en busca del conocimiento tradicional. Foto: Archivo personal.

Usted ha investigado mucho las palmeras ¿qué le atrae de estas plantas?

Las palmas son bien llamadas “árboles de la vida” porque realmente permiten crear una relación muy especial con las personas. además, es un grupo relativamente pequeño, taxonómicamente bien conocido, entonces, sabemos de qué especie estamos hablando. Comencé con las palmas para mi tesis de licenciatura, luego estuve haciendo trabajos de etnobotánica, hasta que conseguí fondos para trabajar con la comunidad San José de Chupiamonas, donde vivían los dos sabios que había conocido antes. Estuve allí un año y fue la primera vez que trabajé sola en un proyecto de etnobotánica e hice libros para devolver el conocimiento a las comunidades.

¿Qué recuerda de ese encuentro con los sabios del pueblo Tacana?

Recuerdo que estábamos sentados en una plataforma grande a orillas de la laguna Chalalán, en el albergue ecológico del mismo nombre (en el Parque Nacional Madidi) y ellos llevaron unas plantas, empezaron a hablar sobre cada una de ellas, las mostraban y las pasaban por nuestras manos. Nosotros, como botánicos, tratábamos de encontrar alguna característica, pero ellos nos explicaban cómo se reconocía cada planta. Hasta ahora recuerdo muchas de las características que nos dijeron para reconocerlas. Su forma de enseñar me impresionó. Creo que así enseñan los padres a sus hijos en el campo. Tristemente eso se está perdiendo.

En Perú, con el pueblo Ese’eja, durante sus investigaciones sobre palmeras: Foto: Archivo personal.

Luego de ese primer encuentro ¿usted decide especializarse en etnobotánica?

En ese entonces, la etnobotánica como ciencia era muy joven. No había una especialización para estudiarla. Me tocó un poco explorar porque tampoco había especialistas en Bolivia. Para mi maestría tuve la suerte de tener una beca en Dinamarca, en la Universidad de Aarhus, donde encontré colegas que habían trabajado en Madagascar y en Ecuador, en temas de etnobotánica. Hice mi tesis en ciencias enfocada en etnobotánica, con trabajo de campo con los urarina, en Perú y los tacana, en Bolivia. Así comenzó todo de manera más sólida, porque al regresar a Bolivia, me convertí en una de las pocas personas que había trabajado para entender por qué la gente usa determinadas plantas y la relación con factores sociales, económicos o ambientales. Luego, hice mi doctorado en Madrid, con un proyecto con la Unión Europea para investigar los factores socioeconómicos a nivel personal, de hogar y de comunidad que incluía cómo y por qué se utilizan las palmeras. Trabajé en cuatro países: Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia. 

¿Qué descubrió en esa investigación?

Investigamos los patrones que relacionan el conocimiento del uso de palmeras con factores socioeconómicos y descubrimos que eran muy localizados para cada comunidad. Aunque comparten las mismas especies, cada una tiene sus particularidades sobre el uso de las plantas. El proyecto era grande e incluía un componente de divulgación y decidimos devolver la información a las comunidades como lo había hecho antes. En este caso encontramos patrones tan únicos en cada grupo indígena que lo ideal era tener un libro para cada uno de ellos. Tuve la suerte de conseguir fondos para los textos que documentaban lo que ellos nos dijeron en cada entrevista.


La versión completa de esta entrevista fue publicada en Mongabay Latam. Puedes leerla aquí.

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