(Mongabay Latam / Yvette Sierra Praeli).- Ruth le canta a las vicuñas. Y en su canto en quechua, describe a los camélidos que se lucen en los Andes peruanos, en los cerros y en las pampas al pie del nevado Ausangate, en el Cusco. Aunque en su canto no habla de las alpacas, Ruth confiesa que son en realidad sus favoritas, son parte de su vida y su familia depende de ellas.

“Me siento orgullosa de ser alpaquera”, me dice luego de cantar a más de 4000 metros de altura, junto a sus campos de cultivo, donde siembra papa y maíz. Lleva una hermosa chaqueta roja, decorada con tejidos de alpaca, y un sombrero con adornos hechos de la misma fibra. Ella los teje. También hace ponchos, chullos y chompas. Me cuenta que lo que más le gusta de criar a sus animales es llevarlos a las ferias agropecuarias y mostrar sus hermosos ejemplares. Quiere, además, presentarlos algún día en el extranjero. “Mi sueño es salir adelante con mis alpacas. Ir lejos. Poco a poco, quiero salir a ferias internacionales. Eso me gustaría”, dice.

Los camélidos sudamericanos pasean libremente en la puna, muy cerca a los nevados. Foto: Yvette Sierra Praeli.

Ruth Mamani, su esposo Fredy Chuquichampi y sus hijos José Gabriel y Taywa Paolo viven en la comunidad de Sallani, a 4978 metros de altura, rodeados de alpacas. Para ellos criar a estos camélidos sudamericanos se dio como algo natural, estaban allí y solo buscaron la manera de dinamizar su economía a partir de la venta de la fibra. Lo mismo hicieron el resto de comuneros de la zona. La familia de Ruth cuenta hoy con más de 100 alpacas y no imaginan una vida sin ellas.

Pero para esta familia de alpaqueros también queda espacio para pensar en la conservación. Por eso participan en actividades que buscan proteger y manejar a las vicuñas, una especie protegida por el Estado peruano que se encuentra en situación de vulnerabilidad.

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El sueño del área de conservación

A lo pobladores de Sallani y Phinaya no hay que convencerlos, saben muy lo que quieren: conseguir que el Estado declare la creación del Área de Conservación Regional (ACR) Ausangate. Son los dos únicos pueblos que, tras un proceso de consulta previa, han apostado por la conservación de aproximadamente 81 000 hectáreas de territorio en los Andes peruanos.

Basta mirar el espacio propuesto para entender por qué quieren cuidar ese rincón biodiverso. El paisaje imponente deslumbra de inmediato. Atravesar las montañas observando la cadena de nevados del Ausangate como telón de fondo es todo un privilegio. Las vicuñas y alpacas se desplazan sin sentirse amenazadas. Variedades como la huacaya y suri, en el caso de las alpacas, están en todos lados.

Esta es la razón por la que el desarrollo de proyectos de mejoramiento de camélidos será una prioridad con el establecimiento del ACR Ausangate, señalan quienes apuestan por esta figura de conservación territorial. Efraín Samochuallpa, director de la sede del Cusco de la ONG Conservación Amazónica (ACCA), es uno de ellos. “La principal preocupación del Gobierno Regional del Cusco debe ser el desarrollo de un Proyecto de Inversión Pública (PIP) para atender el tema ganadero en el área de conservación”, explica el director de ACCA, organización que lidera la asistencia técnica para la creación del área protegida.

Ruth Mamani, de la comunidad campesina de Sallani, se siente orgullosa de ser alpaquera. Foto: Yvette Sierra Praeli.

El mejoramiento de los pastos para la alimentación de alpacas, vicuñas y llamas, la investigación genética para el desarrollo de las variedades de estas especies, así como la capacitación para que los pobladores locales puedan dedicarse a la crianza de camélidos son algunas de las propuestas que se pondrían en marcha tras la creación de la la nueva zona protegida.

Miguel Ángel Atausupa, gerente regional de Recursos Naturales y Gestión del Medio Ambiente, sabe que es el Estado el que debe asegurar la sostenibilidad de la nueva ACR. Recuerda, además, que la región Cusco cuenta con el Sistema Regional de Áreas de Conservación (SIRAC), aprobado en el año 2012, una normativa que permite contar con un fondo común para todas las ACR de la región. Este mecanismo hace posible reunir fondos del Estado y sumar a la cooperación internacional para financiar la protección de las áreas de conservación regional.

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Aliadas de la conservación

En la entrada a la comunidad de Phinaya, un letrero anuncia que hemos llegado a la ‘Capital de los camélidos’. La cantidad de estos animales desplazándose a sus anchas por el área lo confirman. Se trata de un pequeño pueblo localizado a casi dos horas de Pitumarca y por lo menos tres horas de Sicuani, capital de la provincia de Canchis.

Phinaya es el pueblo más alto y alejado de la provincia. Pero el más cercano al cerro tutelar de la comunidad: el nevado Quelccaya. Los pobladores se sienten agradecidos de vivir tan cerca de este apu. Saben que los protege. Ellos son testigos, además, de cómo el imponente Quelccaya va perdiendo cada año una parte del manto blanco que la cubre producto del retroceso glaciar.

Si se llega a Phinaya a las 11 de la mañana, es posible que más de uno piense que se trata de un pueblo fantasma. Muy pocas personas están en el pueblo. La mayoría se ha ido a ver a sus alpacas.

Las vicuñas pastan tranquilas en la puna dentro del territorio propuesto como ACR Ausangate. Foto: Yvette Sierra Praeli.

El último censo Agropecuario realizado por el Ministerio de Agricultura, en el año 2012, señala que el número de alpacas en Cusco, la segunda región más importante para la crianza de estos animales, supera las 500 000. Y solo en el distrito de Pitumarca —donde se ubican Sallani y Phinaya— hay 70 000. A esta cifra hay que agregarle las 25 000 vicuñas y 40 000 llamas que habitan en el área, resalta Wilbert Ccanqueri, presidente de la Sociedad Peruana de Criadores de Alpacas y Llamas (Spar Pitumarca).

Ccanqueri cuenta que desde el año 2013, la asociación que dirige compite con los acopiadores de fibra de alpaca. En ese tiempo, el precio que pagaban a los criadores de camélidos por libra eran 8 soles, que equivale a medio kilo. Ahora la competencia ha elevado el precio a 16 soles la libra.

“Nuestra meta es eliminar a los intermediarios y vender directamente la fibra a las empresas dedicadas a la elaboración de productos con lana de alpaca”, dice Ccanqueri. Como lo hicieron en el año 2016, cuando lograron por primera vez negociar directamente con una empresa italiana. Esa negociación les permitió llegar a los 16 soles por libra de fibra de alpaca.

Phinaya es una de las dos comunidades que se mantienen dentro de la propuesta de ACR Ausangate. Foto: Yvette Sierra Praeli.

Para asegurar el precio, la Spar debe cumplir con la demanda de su cliente. Por eso cada año solicitan un préstamo a Agrobanco para poder comprar directamente la lana de alpaca, procesarla y enviar el cargamento a tiempo para la elaboración de prendas.

Con la creación del área de conservación, no solo esperan mantener o subir los precios, sino también elevar la calidad del producto a través del financiamiento de proyectos de mejoramiento de la crianza de camélidos.

Las vicuñas son otra historia. Las comunidades de Sallani y Phinaya ganan en promedio 500 dólares por cada kilo de fibra de vicuña vendida. Esto es posible gracias al acuerdo firmado con el Estado para aprovechar sosteniblemente la fibra de este animal. La condición: conservar la especie, pues en el pasado era perseguida por cazadores furtivos que las mataban para comercializar ilegalmente su lana.

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El precio de los nevados

La laguna de Sibinacocha es la más grande dentro del territorio de la futura ACR Ausangate y recibe el agua del glaciar Quelccaya. Su represamiento hace posible que el 60 % de su agua llegue al río Vilcanota y alimente la central hidroeléctrica de Machu Picchu durante la temporada seca.

Su importancia, por tanto, no solo tiene que ver con la belleza paisajística que ofrece al pie de la cadena de nevados del Ausangate, sino también con la seguridad hídrica de la región. Cuando llegas hasta su orilla, a 4869 metros de altura, te quedas sin aliento, y no solo por las condiciones climáticas de la puna, sino porque te impresiona ese paisaje andino, ese espejo de agua lleno de biodiversidad.

“Lo más importante es proteger los nevados, los glaciares y lagunas alto andinas”, dice Atausupa, funcionario del gobierno regional. No le falta razón, pues el agua que baja de los nevados no solo llega a la laguna Sibinacocha, sino también a comunidades como Sallani y Phinaya que dependen del recurso para regar los pastos con los que alimentan a sus camélidos y para abastecer sus hogares.

Paulino, acompañado de sus perros, camina en el abra Jahuaycate, donde es visible la pérdida de la nieve. Foto: Yvette Sierra Praeli.

Fredy Chuquichampi, líder de la comunidad de Sallani, lo sabe muy bien, por eso, lamenta que la nieve de los cerros esté desapareciendo. “Antes se veía todo blanco. Ahora, parecen cerros manchados, la nieve se está perdiendo, pronto tendremos solo montañas negras, veremos nada más que las rocas”.

Por eso para Efraín Samochuallpa, director de ACCA en Cusco, una de las prioridades tras la creación del ACR Ausangate debe ser buscar una salida para conservar las fuentes de agua. “Una opción es implementar la ley de servicios ecosistémicos, pues el agua que se genera en el nevado Ausangante alimenta las cuencas de tres ríos: Vilcanota, Mapacho y Araza”.

Samochuallpa cita como ejemplo el caso de la laguna de Piuray, que abastece del 40 % de agua a la hidroeléctrica de Machu Picchu en temporada seca y por la que se recibe un pago por los servicios que esta brinda. “Nadie está retribuyendo a la cuenca del río Vilcanota. Sin embargo, si se concreta el pago por los servicios que proporciona ese río se podrán llevar adelante acciones de conservación en los nevados, en la biodiversidad de la zona y, además, involucrar a las comunidades de Sallani y Phinaya que estarían dentro de la zona reservada”.

“El agua es nuestra vida, sin ella —confiesa— no sabríamos qué hacer”.

Aunque las cimas de las montañas en el territorio de Ausangate aún se ven blancas, quienes las conocen desde hace décadas recuerdan que antes la nieve cubría una porción mayor de los cerros.

Eugenia Ccanqueri, integrante del equipo de seguridad ciudadana de Phinaya, recuerda que cuando era niña jugaba con la nieve. Ahora, a sus 34 años, dice que cada vez está más lejos de las comunidades. “El agua es nuestra vida, sin ella —confiesa— no sabríamos qué hacer”.

El retroceso de los glaciares se evidencia, por ejemplo, en la montaña que custodia el abra de Jahuaycate, a 5070 metros de altura, ahí donde encontramos a Paulino caminando acompañado de sus cuatro perros y una radio que le dicta las noticias del día. Desde ese paso de la carretera es posible ver como los cerros van perdiendo la capa blanca que los cubre y dejando desnuda la roca plomiza que hay debajo.

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Más de cuatro años de espera

En el 2014 el proceso de categorización del ACR Ausangate comenzó con la preparación de los estudios técnicos. Dos años más tarde se realizó la consulta previa entre las nueve comunidades comprometidas con la creación de la nueva área, pero en el camino algunas desistieron y solo quedaron dos: Sallani y Phinaya.

Estos cambios obligaron a redimensionar el espacio que sería protegido. De 126 000 hectáreas iniciales quedaron alrededor de 81 000. Actualmente, la propuesta se encuentra en una etapa de revisión, pues han aparecido seis nuevos títulos de propiedad dentro del área delimitada para el ACR.

Lo que sigue ahora es conversar con los propietarios de esas tierras y convencerlos de la importancia de impulsar la propuesta. Si los dueños de los seis títulos no aceptan, el área que se busca proteger tendrá que reducirse un poco más.

Uno de los paisajes más espectaculares en la ruta del Ausangate es el cañón Ananiso. Foto: Yvette Sierra Praeli.

Este nuevo capítulo no ha desanimado a los pobladores y autoridades que están comprometidos con la propuesta. Esperan ver pronto la buena noticia en las normas legales del diario El Peruano.

Sería la tercera ACR que se crearía en la región, después de Choquequirao y Tres Cañones. Luego vendría el trabajo para lograr su sostenibilidad, pero ya estamos trabajando en ello”, asegura Atausupa.

Porfirio Zegarra de ACCA no se cansa de señalar cada detalle particular que va encontrando en el paisaje que recorremos. “Están los nevados, las lagunas y ríos; también los bofedales y pastos. Además, especies como la vicuña, el cóndor, la huallata —llamado pato andino—  y las aves que habitan en los queñuales”, narra con emoción Zegarra.

Y no es para menos. A la vuelta de una curva nos puede sorprender una pareja de patos nadando en una laguna o un grupo de flamencos caminando por el espejo de agua. Las vizcachas se ocultan entre las rocas para escapar del movimiento y del sonido de las cámaras fotográficas. Las vicuñas y las alpacas, en cambio, posan con tranquilidad, como si supieran todo el esfuerzo que hacen los comuneros de Sallani y Phinaya para protegerlas.

Ahí, en medio del cañón Ananiso, profundo y solitario, todo parece detenerse y solo importa el verdor de esas paredes rocosas.

Una versión ampliada de este reportaje fue publicada en Mongabay Latam. Puedes leerla aquí.

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