(Mongabay Latam / Ramiro Escobar). Mientras recorremos, comidos por numerosos mosquitos, la concesión minera ‘Paolita II’, manejada desde hace una década por el señor Pedro Ynfantes, de origen arequipeño, el ingeniero forestal France Cabanillas nos muestra con orgullo un terreno donde distintas especies arbóreas pugnan por crecer. Luchan por ganar un espacio, por darle nuevamente vida a una tierra antes cubierta por la floresta  y hoy convertida en un campo pelado por la minería en Madre de Dios.

—¿Y cuándo va a haber un bosque de nuevo?

—En años, quizás en unos 50 años ya pueda haber algo. Pero de todas maneras hay que hacerlo.

De momento, se aprecian unos empeñosos troncos, acompañados de unos cartelitos que avisan de qué planta se trata. Cerca de una carambola (Averrhoa carambola) hay un shihuahuaco (Dypterix micrantha), más atrás una mora (Morus nigra), delante de ellos un azúcar huayo (Hymenaea oblongifolia), a unos metros un camu-camu (Myrciaria dubia) y hacia la derecha un brote de la legendaria lupuna (Ceiba petandra).

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Cuando la naturaleza vuelve

“La mora —explica Cabanillas, con el entusiasmo de quien ve sobre el terreno el fruto de sus esfuerzos— no es de esta zona, pero crece muy bien acá. Sus frutos atraen insectos, aves, murciélagos”. Esta parece ser la lógica de la resurrección forestal: sembrar uno o varios árboles para que, por causas naturales, vayan regenerando los ecosistemas y regresen especies diversas que se fueron debido a la deforestación.

El proyecto que lleva adelante el Centro de Innovación Científica Amazónica (CINCIA) se llama ‘Reforestación y degradación de áreas degradadas por la minería’ y se desarrolla en varios lugares de Madre de Dios, en puntos en los que la minería ha destrozado la fronda amazónica de un modo irremediable.

Cabanillas cree que con ciencia y paciencia es posible ayudar a que el bosque y los animales vuelvan, a que encuentren otra vez su lugar en el entorno. Me lo explica cuando observamos y tocamos las hojas de un shimbillo (Inga spp.), especie que además de llamar por sus frutos a aves y primates, tiene la propiedad de fijar nitrógeno en el suelo y alimentarlo de nutrientes.

France Cabanillas, ingeniero forestal, en el campo de experimentación de CINCIA ubicado en la concesión minera de Pedro Ynfantes. Foto: Ramiro Escobar.

La selva siempre tratará de luchar por su supervivencia, y lo hará mejor si se le apoya con técnicas inteligentes y aliándose con ella, en vez de seguirla demoliendo. “El shihuahuaco —continúa el especialista— es el nido para el águila harpía (Harpia harpya), la más grande del mundo, que puede comerse hasta un ronsoco”. En efecto, esta enorme rapaz es capaz de devorarse al Hydrochoerus hydrochaeris con su poderosísimo pico.

Lo sorprendente es que, como me cuenta Cabanillas, al parecer usa ese enorme árbol, que demora decenas de años en crecer, para entrenarse saltando de rama en rama. Si no existiera esta especie, tal vez no existiría el águila, y quizás nativos como los de la etnia harakbut no podrían ponerle a las flechas sus plumas, a las que consideran sumamente buenas para dichos proyectiles.

Todo se enlaza, todo da vueltas y no todo está perdido, incluso en este lugar. Se tiene que asumir, sin embargo, una verdad tan gruesa como el árbol de la lupuna. Como dice el biólogo  y ecólogo Ernesto Ráez, “el bosque no volverá a ser el de antes, ya sufrió un impacto irreversible, pero es mejor recuperar lo que es posible a no hacer nada”.

Un equipo de técnicos de CINCIA en acción en el campo experimental de una parcela antes degradada por la minería. Foto: Cincia.

Es decir que los miles de años que demoró ese bosque clavado en la concesión no volverán, porque, enfatiza Ráez, “fueron el fruto de procesos ecológicos muy complejos”. Aun así, el esfuerzo vale la pena, porque además se dirige a un objetivo altamente plausible, que es promover, tal como apunta Cabanillas, cierres de mina mínimamente sostenibles, no únicamente fines áridos y desastrosos en la selva.

No hay bosque original  a la vista, en suma, pero sí una leve esperanza, incluso en el agua. A pocos metros del shimbillo, avistamos una laguna que no es de origen natural, que está allí porque antes, para buscar oro, se removió la tierra. Un pequeño caimán (Caiman crocodilus) de pronto emerge de las aguas. Cabanillas me dice que probablemente entró cuando se produjo una crecida de las aguas, junto con algunos peces, y ya no saldrá, salvo que otra crecida lo lleve hacia nuevos ecosistemas.

Por ahora, forma parte de la avanzada ecológica que trata de recuperar lo que es suyo. Pero se tendría que investigar si ese animal, o los peces que de cuando en cuando también saltan en este pozo semiartificial, no traen la contaminación de otros lados pegada al cuerpo. Porque el mercurio que abunda en este territorio ya corre por ríos y suelos, ya se metió en la cadena trófica, y puede estar en ellos sin que se note rápido.

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Por aire y tierra

Con todo, la lucha por recuperar el bosque continúa. Requiere un trabajo complejo, que se hace desde tierra pulseando qué especies convienen y en qué lugar. La topa (Ochroma pyramidale), según nuestro guía, no funciona en todos los lugares; tampoco el aguaje (Mauritia flexuosa), un tipo de palmera que  necesita de territorios inundables, para crecer y producir esos magníficos frutos con los que se hacen helados.

En el distrito de Laberinto, donde nos encontramos (provincia de Tambopata, Madre de Dios), estas y otras especies están en un campo de experimentación manejado por CINCIA, y en un bosque ya germinal que es promovido por la Fundación Pure Earth, una organización no gubernamental que procura reparar los efectos de la contaminación tóxica en los países en desarrollo. Nada de ello sería posible si previamente no se hubiera usado, para fines de mapear la selva, la tecnología de moda: los drones.

Unos del tipo Vtol Nimbus 1800 y Kestrel, que pueden mapear un área de 500 hectáreas en un vuelo de 45 o 50 minutos; otros son del tipo Phantom 4, más pequeños, que en 20 minutos pueden registrar 20 hectáreas. De acuerdo a Martín Pillaca, ingeniero forestal, estos aparatos “permiten optimizar los recursos y acelerar los procesos de planificación”.

El suelo puede ser solo de cascajo, o desnudo. Pero incluso allí pueden brotar algunas especies. Foto: Cincia.

En Paolita II, la concesión minera de Pedro Ynfantes, se utilizó el Phantom 4 para mapear parte de las 400 hectáreas con las que cuenta. Los vuelos se realizaron entre octubre y noviembre del 2016, para “identificar y caracterizar las áreas que iban a ser reforestadas”. A partir de allí fue posible poner el campo de experimentación y el bosque que ya comienza a respirar. Las imágenes de alta resolución permitieron saber dónde era posible intervenir y de qué manera.

Generalmente, se trabaja sobre áreas degradadas por maquinaria pesada o por bombas de succión, los dos tipos de tecnología más usados en la Amazonía para extraer oro. Una de las condiciones es que el titular de la concesión, o lugar, donde se está haciendo minería no vuelva a trabajar en las áreas que intentan ser restauradas. Cabanilla precisa que, en rigor, “no se trata de  un proyecto de reforestación en sí, sino de investigar cómo se puede restaurar áreas mediante la investigación que se hace en las parcelas”.

Según Pillaca, es justamente la tecnología la que apunta a saber con más precisión, y de manera más veloz, dónde se puede intervenir. “Antes —recuerda— para medir y caracterizar una hectárea, con una brigada de tres personas, podías tardar entre tres a cinco días; con un drone, y una sola persona, hoy puedes hacer ese trabajo hasta en un solo día”. De ese modo, se ha logrado trabajar en nueve sitios mineros diversos.

“El bosque no volverá a ser el de antes, ya sufrió un impacto irreversible, pero es mejor recuperar lo que es posible a no hacer nada”.

Aparte de Paolita II, se ha procedido de manera similar en dos concesiones mineras más, en dos comunidades nativas, en dos predios agrícolas y en una comunidad campesina. También en un sector de la Reserva Nacional Tambopata. En todos estos lugares existen áreas donde hay explotaciones mineras, o que han sido invadidas por la minería. Próximamente se haría en el distrito de Huaypetue (provincia de Manu), uno de los lugares más afectados por el boom aurífero.

Cuando se recogen las imágenes del drone, precisa Pillaca, “se determinan cinco tipos de suelo”, que son: suelo desnudo (arena, arenilla, escasa materia orgánica), montículos de cascajo (piedras menores a tres pulgadas de diámetro y limo), regeneración natural (suelo desnudo pero con cobertura vegetal de arbolillos de topa y otras especies) y pozas de minería (cuerpos de agua formados por el suelo removido para buscar oro).

Se trabaja el material recogido en una computadora, adecuada para tal fin, gracias a un software que va procesando y clasificando las imágenes. Cuando me paseo con Pillaca sobre ellas, tengo la impresión de que estoy observando los campos degradados desde el cielo. Un solo drone puede tomar cientos de fotos, desde una altura de 75 metros o más, y allí están para ofrecer la ruta más precisa hacia la restauración.

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No todo lo que vale es oro

La fauna, por añadidura, no se va totalmente. En los alrededores de las parcelas que trabaja CINCIA —incluida Paolita II—,  los expertos de WWF Perú instalaron hacia mediados del 2017 algunas cámaras trampa (ver fotos). Gracias a ellas, hay  evidencias de que especies como el añuje (Dasyprocta punctata) o el sajino (Pecari tajacu) rondan por estos lares. El bosque, entonces, sigue teniendo valor, vida, a pesar de los varios impactos.

Un minero como Ynfantes, que procura ser responsable, trata de entenderlo y de allí que permita el uso de drones sobre su concesión. Está dispuesto a formalizarse y hasta cuenta con una máquina para extraer oro sin mercurio, que no usa intensamente porque, por desgracia, en la región no se ha difundido suficientemente. Y porque los compradores prefieren las pepitas y no el polvo áureo que saca el aparato.

En tanto las perniciosas costumbres no cambien, lo que se puede hacer es tratar de recuperar el bosque. Para César Ascorra —biólogo que ejerce el cargo de director nacional de CINCIA—  lo que se puede hacer es “ayudar a la naturaleza a recuperar en primer lugar las propiedades del suelo, mediante el uso del biocarbón, y luego la cobertura vegetal boscosa, mediante acciones de reforestación”.

A lo largo de veinte kilómetros, este es el escenario que se puede observar en el bosque de Madre de Dios: pozas mineras con mercurio, muchas de ellas abandonadas y sin tratamiento de cierre. Foto: Vanessa Romo/ Mongabay Latam

El biocarbón al que se refiere Ascorra es materia orgánica carbonizada, que se utiliza como fertilizante, y que puede hacerse con las cáscaras de la castaña (Bertholletia excelsa), que son desechadas en los mercados. Allí las obtienen los técnicos que la trabajan en esta institución. Las ventajas de este abono son notables: aumenta la retención del agua, reduce la pérdida de nutrientes, aumenta la diversidad del suelo.

Secuestra el carbono orgánico, con lo que contribuye a mitigar el calentamiento global; a la vez, de acuerdo a la documentación técnica de CINCIA, aminora “la biodisponibilidad de metales pesados como el mercurio”, justamente lo que provoca altísimos grados de contaminación en Madre de Dios. En la concesión ‘Paolita II’ se ha utilizado para hacer crecer el shimbillo frente al que nos detuvimos, por ejemplo.

Salvar o hacer volver el bosque de ese modo trae, asimismo, otros beneficios. Cabanillas apunta que algunas de las especies que se encuentran en el campo de experimentación de CINCIA, y en el bosque germinal de Pure Earth, pueden ser utilizables en un plazo relativamente corto. La copaiba (Copaifera officinalis), por citar un caso, es un árbol que no demorará en crecer y que tiene propiedades medicinales.

Un añuje (Dasyprocta punctata) captado por la cámara trampa puesta en uno de los lugares de reforestación en zonas de impacto minero. Foto: WWF Perú.

Se le usa para combatir las enfermedades bronquiales, en general, y como antiinflamatorio. De allí que el aceite de copaiba sea apreciado en la medicina naturista y pueda, como sugiere el ingeniero forestal, “convertirse en un negocio”. Otras especies agroforestales, o forestales como la catahua (Hura crepitans) y el pashaco (Shizolobium parahybum), tienen usos comerciales y pueden ser aprovechados al poco tiempo.

Estos dos últimos árboles sirven, entre otras cosas, para hacer cajonerías, estantes, puertas, juguetes. No tienen la calidad de la caoba (Siewtenia macrophylla), pero pueden, en pocos años (unos 10 o 15, o incluso menos), brindar entradas económicas a quienes, como Ynfantes, no tienen ojos solo para la minería. Hay un valor escondido en el bosque, poco visible en una atmósfera social cargada por la búsqueda del lucro veloz.

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Para cerrar bien

¿Para qué se hace todo esto? Para recuperar el bosque, pero según Cabanillas por algo más urgente: “para que la minería pueda tener un cierre y no quede solo en desastre”. Habitualmente, se ha visto lo que ocurre en Madre de Dios, debido a la masiva presencia de mineros informales e ilegales, como algo irremediable, absolutamente perdido para el presente y las generaciones futuras. No es totalmente así.

Hay algo que se puede conservar y restaurar, a pesar de la tormenta, y teniendo en cuenta que la naturaleza siempre, siempre, tratará de volver. “Para ello se necesita investigación científica de apoyo y comprometer a los actores sociales y a las autoridades locales”, precisa Ascorra, quien además señala que Félix Hallasi, el alcalde del distrito de Inambari participa cogestionando un vivero de plantones para reforestar.

“Por iniciativa propia construimos viveros en algunas de esas comunidades para que puedan los mismos agricultores y propios mineros, que fueron alguna vez, reforestar las áreas que afectaron dentro de sus predios. Estamos reforestando un promedio ya de 60 hectáreas, la meta es llegar a 100 con un proyecto ganado en convenio con el Serfor”, cuenta Hallasi en una entrevista con Mongabay Latam.

¿Para qué se hace todo esto? Para recuperar el bosque, pero según Cabanillas por algo más urgente: “para que la minería pueda tener un cierre y no quede solo en desastre”

Al mismo tiempo, el alcalde de Inambari impulsa la educación ambiental y ferias de pequeños productores, en los que se demuestra que, en zonas de minería, el desarrollo sostenible no es una posibilidad ahogada en un río lleno de dragas implacables que buscan el metal precioso.

Reforestar esas áreas con lo poco de presupuesto es de gran importancia para nosotros, para poder sensibilizar, motivar  al agricultor y al propio minero que haga lo mismo, y así no siga afectando el medio ambiente. Recuperar poco a poco a lo que era antes”, señala Félix Hallasi, quien aspira a cambiar poco a poco la mentalidad de los habitantes de las comunidades de Inambari,

La clave está en pensar no solo en el presente, sino en el futuro inmediato, mediato o lejano. Como precisa Cabanillas, “un árbol de lupuna tiene para crecer 200 o 300 años”. Nosotros no lo veremos grande. Lo mismo ocurrirá con un shihuahuaco recién sembrado, que posiblemente dentro de muchos años albergue a nuevas familias de águila harpía que, esperemos, para entonces todavía existan.

Un añuje (Dasyprocta punctata) captado por la cámara trampa puesta en uno de los lugares de reforestación en zonas de impacto minero. Foto: WWF Perú.

Persuadir a algunos mineros para que no deforesten o apuesten por un cierre inteligente no es fácil, cuenta Cabanillas, aunque reconoce que lentamente está haciéndose posible con algunos de ellos.

A  veces van por cuenta propia a contactar a CINCIA, otras veces son convencidos, tras muchas dificultades y discusiones. Al final, pueden acceder, como Ynfantes, y hacer que en el territorio que tienen dedicado a extraer y extraer, crezcan otra vez árboles. O comience a crecer un bosque, como ocurre ya en las 2.5 hectáreas de ‘Paolita II’, donde el proyecto de Pure Earth siembra futuro, a costa de de investigar y probar.

“Quizá esta es la primera plantación de restauración ecológica, en minería aluvial, en el mundo”, comenta animoso Cabanillas. Las diferentes especies que ha sembrado en este terreno, antes degradado, parecen responderle desde el lugar donde han crecido en hileras, protegiéndose unas a otras, porque los árboles que crecen rápido, como la catahua, le hacen sombra a los que vienen atrás, como la lupuna, y así sucesivamente.

Una versión ampliada de este reportaje fue publicada en Mongabay Latam. Puedes leerla aquí.

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