(Mongabay Latam / Vanessa Romo).- “La vida aquí ya no es tranquila. Hace poco, mi vecina vino corriendo, asustada. Un grupo de narcos llegaron a su casa, le pusieron una pistola en la boca y le dijeron: ‘Si sigues reclamando en las asambleas vas a quedar así de fría como él’”. La persona a la que mencionan es José Camapaza, el jefe de los ronderos de Colorado, un poblado ubicado al lado del Parque Nacional Bahuaja Sonene. En diciembre lo encontraron muerto en su camioneta, con un balazo en la cabeza. Dicen que fue un ajuste de cuentas, frase que se utiliza para aquellas muertes que no tienen un móvil definido, aunque Angelina*, que ha aceptado hablar con Mongabay Latam sin que su nombre verdadero sea revelado, recuerda que siempre lo vio hablando fuerte sobre los problemas de la zona.

“A veces hay que hablar bajito nomás, si quieres seguir viviendo”. Angelina baja la voz para que nadie la escuche y sus susurros se confunden por momentos con el ruido intenso de la lluvia que cae sobre sus plantas de café en Putina Punco, en la selva montañosa de Puno. Desde las dos hectáreas que aún conserva de este cultivo y que maneja con Moisés*, su esposo, se puede divisar a lo lejos la selva boliviana, protegida en parte por el Parque Nacional Madidi. La frontera entre países es marcada por el río Tambopata. Un poco más cerca, ya en territorio peruano, está el Parque Nacional Bahuaja Sonene.

Esta área natural protegida de 1,1 millones de hectáreas se extiende principalmente sobre la selva de Puno y abarca una parte de los bosques de Madre de Dios. Según la Oficina de la Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), es el área protegida que posee la mayor superficie cultivada con coca ilegal: hay 118 hectáreas de este cultivo dentro del parque. Sin embargo, las autoridades del área natural señalan que existe una deforestación de 473 hectáreas, cerca de 5 kilómetros cuadrados dentro del parque, sobre todo relacionada al narcotráfico.

Desde el 2012, los cultivos ilegales de coca se apoderaron de más territorio, en muchos casos donde antes se producía uno de los mejores granos de café del mundo. Foto: Vanessa Romo.

Putina Punco, el distrito al que pertenecen Angelina, Moisés y otros cientos de caficultores que migraron desde la sierra de Puno para ocupar estas tierras en los años 70, forma parte del valle de la provincia de Sandia. A este se llega tras ocho horas de camino desde la ciudad de Puno, pasando el altiplano y bajando a la selva por una sinuosa carretera. Si el nombre les suena familiar, es porque allí nació el café Tunki, considerado el mejor grano orgánico del mundo en el 2010. El sector Tunkimayo también pertenece a Putina Punco. En ese mismo lugar Raúl Mamani cosechó, el año pasado, los preciados granos que lo convirtieron en el ganador de un premio al mejor café de calidad que otorga la Asociación de Cafés Especiales de EE.UU. La historia menos feliz y que permanece en silencio es que solo seis de los sesenta productores que se dedicaban a cultivar este café en Tunkimayo siguen haciéndolo.

Las plantaciones de coca ilegal son parte del problema. Aunque estas se detectaron en el área en el 2004, es en el 2012 que se registra el mayor crecimiento de estas plantaciones. Esto a partir de que la roya atacó dramáticamente las plantas de café, una enfermedad que vuelve las hojas amarillas hasta secarlas y hacerlas caer. Javier Cahuasa, dirigente de la Central de Cooperativas Agrarias Cafetaleras del Valle de Sandia (Cecovasa), hace un recuento: en el 2012 contaban con 8400 hectáreas de café en producción; después de la roya, en el 2017, solo quedaban 2330 hectáreas activas, una cifra que también da el Ministerio de Agricultura.

“Se rindieron”, dice Moisés y sacude la cabeza. La roya te deja en el suelo, cuenta, pero para este poblador mucho peor es no hacer nada frente a ella. Eso sí que es la muerte segura. “Siempre ha habido roya, pero se controlaba y desaparecía. En el 2012 ya no se pudo y en el 2013 terminó con casi todas nuestras plantas, se quedaron palito”, dice Moisés, de 66 años y con más de 40 cultivando café. De los 50 quintales que producían sus hectáreas hoy con suerte llega a dos, que a S/ 300 (US$90) el quintal y con una única cosecha al año no les alcanza para vivir.

Angelina cuenta que al principio todos estaban preocupados. Conversaban sobre lo que podían hacer, esperando que la asistencia técnica de Cecovasa, del municipio o del gobierno central los salve. Eso no pasó y poco a poco empezaron a migrar hacia a la coca.

La sombra de los cultivos ilícitos que avanza sobre esta área protegida es una de las tres amenazas latentes que pone en jaque a uno de los parques más biodiversos del Perú. En esta primera entrega, Mongabay Latam explora un problema que, según testimonios de pobladores y autoridades, está hoy fuera de control.

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Narcotráfico dentro del parque

“Vieron el dinero y se fueron. En este sector vivíamos 50 caficultores. Ahora solo quedamos nosotros”. Moisés no exagera. En el camino hacia su finca, muchas áreas cafetaleras, si no fueron abandonadas, hoy son dominadas por la coca. La UNODC calcula que solo en Putina Punco hay 2880 hectáreas de coca en el área adyacente al parque. En el 2012, el distrito tenía 1662 hectáreas, lo que significa un aumento de más del 50 %.

Todo el distrito de Putina Punco es considerado zona de amortiguamiento del Bahuaja Sonene. Sin embargo, los pobladores saben que estar cerca del parque significa estar cerca al peligro. En el 2015, los cuatro guardaparques que tenían una oficina en el distrito tuvieron que ser retirados por el Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado (Sernanp) ante las constantes amenazas que recibían. Según el jefe del Sernanp, Pedro Gamboa, estas amenazas llegaron hasta la puerta de la casa del exjefe del parque, quien tuvo que renunciar. El punto de quiebre fue cuando, mientras realizaban sus trabajos de monitoreo, avistaron una pista clandestina de aterrizaje, uno de los métodos más usados por el narcotráfico para llevar clorhidrato de cocaína hacia otros países de la región. Existe un reporte del Sernanp del 2015 que lo confirma.

El Ministerio de Agricultura señala que el narcotráfico se instaló en la zona una vez más como consecuencia del llamado “efecto globo”. Cuando se erradica coca ilegal en una zona del país, el cultivo se traslada a otra. En el 2013, la coincidencia entre el incremento de erradicaciones en el Alto Huallaga, las labores militares en el Valle de los ríos Apurímac y Ene (Vraem) y la aparición masiva de migrantes de Ayacucho y Apurímac en Sandia, era vista con sospecha por los caficultores.

En el 2015, los guardaparques del Bahuaja Sonene identificaron una pista de aterrizaje clandestina dentro del parque. Fuente: WorldView de Digital Globe.

Cinco años después, la procedencia de los cocaleros instalados en el valle es diversa, como confirman a Mongabay Latam los pobladores de la zona. El ‘efecto globo’ no solo promovió el traslado de los agricultores, sino también del mismo método con el que los narcotraficantes operan en el VRAEM. José Chuquipul, director de Promoción y Monitoreo de la Comisión Nacional para el Desarrollo y Vida sin Drogas (Devida), comenta que existen clanes familiares tomando el control de varios sectores del distrito, además de laboratorios de pasta básica y clorhidrato de cocaína ubicados a pocos metros de las plantaciones. Los pobladores incluso conocen que se desarrolla dentro del mismo parque Bahuaja Sonene. Por eso entrar hoy al área protegida por Putina Punco es ingresar a una zona liberada y muy peligrosa

La agonía del café y la poca presencia de entidades del Estado —la comisaría más cercana se encuentra a una hora y media de este distrito— sirvieron como caldo de cultivo para que la coca ilegal se fortalezca. Carlos Díaz, coordinador del programa Commodities Verdes del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), señala que en zonas cafetaleras con alta presencia de cultivo ilegal, suele ser este último el que se impone sobre el café, con lo que se distorsiona la economía.

El primer indicador se ve en el trabajo de cosecha. “Si una persona puede ganar 120 soles (US$40) de jornal en la coca, no va a preferir los 30 a 40 soles (US$9 -US$11) que le ofrece el café”, comenta Díaz. A sus 66 años, Moisés trata de recoger todo el café posible con su hijo menor, pero también se necesita personal para deshierbar, para controlar que las plagas no ataquen, un trabajo sin tregua. Díaz señala que esto plantea otro problema serio del café: las personas dedicadas a este cultivo son sobre todo mayores de 50 años, en lugares donde las generaciones más jóvenes prefieren el dinero fácil.

"La vida aquí ya no es tranquila. Hace poco, mi vecina vino corriendo, asustada. Un grupo de narcos llegaron a su casa, le pusieron una pistola en la boca y le dijeron: ‘Si sigues reclamando en las asambleas vas a quedar fría’”.

El acceso a la comercialización es otro indicador más: mientras el caficultor tiene que viajar horas para entregar sus sacos de café, los recolectores recogen la coca en la puerta de cada chacra. Sin embargo, la diferencia más evidente está en el pago. Una hectárea puede producir 100 quintales de coca al menos tres veces por año. Con el quintal a 140 soles (US$ 42), en un trimestre se logra una ganancia de S/ 14 000 (US$4 200), frente a los cerca de S/ 6000 ( US$1 820) que gana en promedio un caficultor por todo un año de trabajo, de acuerco con cálculos de la Junta Nacional del Café.

Cecovasa prevé que la producción seguirá disminuyendo este año y calcula que se sacarán 6000 quintales, frente a los 85 000 que producía el valle en el 2011. La central de cooperativas que produjo el café Tunki hoy corre  el riesgo de desaparecer. “Para trabajar necesitamos producir 50 000 quintales al año, una cifra que no alcanzamos desde que comenzó el problema de la roya en el 2012”, comenta Javier Cahuasa, funcionario de Cecovasa. El año pasado lanzaron una campaña para impulsar que el Estado y la empresa privada se unan para salvar el café de Puno, pero no tuvieron éxito: la producción de todo el valle llegó a los 9000 quintales en el 2017.

Moisés y Angelina han hecho de todo para mantenerse en la lucha, desde abono orgánico hasta inspeccionar sus plantas día y noche. Luego del flagelo de la roya se han especializado en cultivar un mejor café y su producto obtuvo el año pasado 84 puntos en taza. Desde los 80 puntos el café es considerado especial y tiene otros precios. Pero la alegría es pasajera cuando el enemigo te rodea.

A estas alturas, Cecovasa sabe bien qué batallas pelear. En el valle de Sandía son contados los caficultores que no tienen al menos un cuarto de hectárea de hoja de coca, ya sea porque a veces necesitan de un dinero rápido o por seguridad para no levantar sospechas o, simplemente, porque ya ingresaron a ese sistema económico ilegal. Lo único que los técnicos de la cooperativa les repiten es que lo hagan a más de 10 metros de distancia de los cultivos de café, por los químicos que utiliza la coca. La experiencia les ha enseñado duramente. En el 2016 el total de productores afiliados a Cecovasa perdió su sello de café orgánico porque se encontraron trazas de estos productos en una finca. Lo recuperaron a mediados del año pasado, pero el golpe económico que recibieron se sigue sintiendo.

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Miedo

El miedo se esparce en el valle de Sandia de diferentes maneras. A Angelina le tocó vivirlo a través de su hijo de veinte años. “Fue cuando empezó a actuar extraño y ya no nos ayudaba a sacar el café”, cuenta. Angelina recuerda que de niño jugaba por los cafetales y se emocionaba en tiempo de cosecha. Dos años atrás, le dijo que se mudaría al frente, a la selva de Bolivia, porque había conocido a una chica. “Si algún día no sé de ti, no te voy a poder ir a buscar”, le dijo Angelina, quien sabía bien a qué se iba.

Por un año habló con él una vez al mes. Pero un día no volvió a contestar el teléfono. Preguntó a algunos amigos de su hijo que solían cruzar el río Tambopata, la frontera natural entre Perú y Bolivia. Y le dijeron que nadie lo había visto. Hace poco alguien se le acercó a aconsejarle que ya no pregunte más. Su hijo era ‘mochilero’, persona que contrata el narcotráfico para llevar a pie la droga procesada. En la ruta alguien lo mató, le contaron. Una ruta de dos días de recorrido, identificada por la población como otra más por la que sale la cocaína y que cruza el parque boliviano del Madidi, un camino donde la muerte es tan común como una picadura de insecto.

El miedo conquista hasta al más fuerte. Cansados de ser acusados de ‘soplones’, de delatores, por no tener coca, Moisés y Angelina tuvieron que habilitar un cuarto de hectárea de este cultivo. Igual siguen siendo observados. Ya no pueden bajar al centro de Putina Punco para pasear sin sentirse perseguidos. Ellos prefieren hablar cuando pueden confundir sus confesiones con la lluvia y esperan que algún día la vida regrese a ser como antes. La nostalgia es a lo que se aferran por ahora.

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Respuestas insuficientes

“Veinte años trabajé en Huepetuhe, en la minería de Madre de Dios. Ahí conocías plata, pero estabas inundado de mercurio”, cuenta Benedicto, caficultor que abandonó ese sector de Madre de Dios y que hoy vive en Putina Punco, en un lugar más alejado del parque. “En el 90 regresé a Putina Punco. Todo iba bien hasta que llegó la roya. Lo que era una tierra de café, ahora ves, está llena de coca. Cuando era pequeño la gente hacía fila para trabajar cosechando, pero ahora el precio que podemos ofrecer da lástima. No podemos compararnos al que pagan por la coca”.

Benedicto y Sofía, su esposa, se sientan bajo la sombra de su casa, desde donde pueden ver correr las aguas del Tambopata. Frente a ellos no está el parque, pero sí las montañas verdes donde viven sus vecinos. Ya no hay bosque, sino espacios pelados, ahora cubiertos con pequeñas hojas de coca. “Por sonso sigues así, por sonso haces café”, le dicen. “Pero así estamos más tranquilos. ¿Qué va a pasar cuando venga la erradicación? Aunque así estamos varios años, esperando que ya borren la coca. Nadie viene”, comenta Benedicto.

La gestión del área protegida no puede desentenderse de la situación del caficultor, porque es el narcotráfico uno de los principales enemigos del Bahuaja Sonene. Las deforestación provocada por las plantaciones ilegales de coca, la instalación de laboratorios y la pista de aterrizaje han afectado los corredores biológicos ubicados en esa zona del Bahuaja Sonene. David Araníbar, jefe del parque, comenta que ya no ven como antes a las sachavacas, tapires y jaguares cruzando hacia el parque Madidi por ese sector. Culpa al incremento de las actividades ilícitas. “Hay una fragmentación de sus hábitats y el impacto ha sido grande también para la maquisapa, el cóndor blanco y el loro guacamayo verde, que ya no aparecen en la zona”, explica el biólogo.

Moisés y Angelina ya no pueden bajar a la ciudad, a Putina Punco, como antes. El temor de ser amenazados a cultivar más coca ilegal los mantiene en su chacra. Foto: Vanessa Romo.

El director de Gestión de Áreas Naturales Protegidas del Sernanp, José Carlos Nieto, señala que aunque el estado de conservación del parque es del 98.6 %, la mayor deforestación se da en la localidad más cerca del parque, en Colorado. “Siempre hemos informado a las instancias nacionales más altas de este problema”, dice Pedro Gamboa, jefe del Sernanp. Gamboa indica que incluso han desarrollado una estrategia que espera la aprobación del Gobierno Regional de Puno para que se ordene la erradicación de los cultivos ilegales y se planteen opciones alternativas de economía —como el café o el cacao—, pero que necesitan el involucramiento de más entidades del Estado.

José Chuquipul de Devida responde que si bien su entidad es la que lidera la lucha contra el narcotráfico, las decisiones de erradicación corresponden al Ministerio del Interior y específicamente al Proyecto Corah. A Devida le corresponde impulsar cultivos alternativos.

“Sabemos que para el Corah el costo es demasiado alto para intervenir en esta zona”, afirma Chuquipul. El funcionario aceptó que conocen que existe una alta presencia de cultivos ilegales, pero que no se puede exponer a los técnicos para que desarrollen proyectos productivos si es que antes no se ha ejecutado la una erradicación. De acuerdo con Devida, el Corah gasta S/ 120 millones anuales (US$3.6 millones) para eliminar 25 000 hectáreas de coca ilegal en el país. Mongabay Latam buscó al Ministerio del Interior pero hasta el cierre de esta edición no respondió sobre el tema.

Las cifras del café en Puno han caído estrepitosamente en los últimos años. De las 8400 hectáreas que existían hace seis años, ahora solo queda un poco más de 2300 hectáreas. Foto: Vanessa Romo.

El procurador público del Ministerio del Ambiente, Julio Guzmán, confirma que un par de veces, por lo menos, ha recibido denuncias del Sernanp sobre este problema dentro del parque y que ha cursado informes a la Dirección Antidrogas de la Policía Nacional. “En algunas otras zonas se puede alegar que parte de la hoja de coca es para venta legal, pero por ley se debe erradicar en áreas naturales protegidas”, afirma Chuquipul.

Cinco años después de la debacle de la roya, Benedicto y Sofía obtuvieron su recompensa a la resistencia: en el 2017 su café logró obtener 86.75 puntos en taza. “Es un orgullo”, dice Benedicto. “Por eso seguimos con el café”.

Pero no todos los que dejaron el café se fueron a la coca. Muchos abandonaron las tierras para irse a la minería, regresar a la sierra. Aunque hace unos días, Benedicto escuchó de nuevo la motosierra de su vecino. Han empezado a regresar. “Ojalá no sea para la coca, pero yo quiero convencerlos de poner aunque sea un poquito de café”, dice. La erradicación ya llega. No se resigna a pensar que no llegará.

(*) Los nombres de estos caficultores que brindan su testimonio han sido cambiados por su seguridad y a pedido de ellos.

Imagen principal: Noé es uno de los pocos jóvenes caficultores que tienen esperanza en el futuro y en que se puede recuperar el café. Cree que la unión de agricultores y convencerlos de migrar al café, aunque sea lentamente, puede ser la solución. Foto: Vanessa Romo.

Una versión ampliada de esta historia fue publicada en Mongabay Latam. Puedes leerla aquí.

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