(Mongabay Latam / María Lourdes Zimmerman).- Francia Márquez Mina es la tercera mujer colombiana en ganar el premio ambiental Goldman, el reconocimiento más importante del mundo al trabajo comunitario de líderes ambientales que han luchado por la defensa de sus territorios y sus actividades tradicionales.
Francia es afrodescendiente, nació en la vereda Yolombó al norte del departamento del Cauca en el municipio de Suárez, en el suroccidente colombiano. A sus 36 años ha liderado una lucha incansable y valiente en contra de la minería ilegal desarrollada por grupos criminales que han intimidado y desplazado a sus comunidades; ha emprendido batallas legales en contra de la asignación de títulos mineros a las multinacionales que pretenden practicar la actividad en territorios ancestrales del norte del departamento del Cauca —zona con gran presencia de comunidades indígenas y afrodescendientes— y ha movilizado comunidades enteras, en especial grupos de mujeres, que reclaman la atención del Estado por sacar a la minería ilegal de sus territorios.
Convencida de que “el amor maternal tiene el poder para salvar al país de la historia de violencia, sufrimiento y tristeza que embarga a los colombianos”, Francia tiene claro que la defensa de su territorio ancestral, del agua y de la vida es una lucha que nunca podrá abandonar. Los mecanismos para lograr sus objetivos van desde la defensa jurídica hasta su participación en política para poder alzar su voz y generar cambios definitivos como lo hizo en las pasadas elecciones legislativas de marzo de este año.
Su conexión con la naturaleza y su conciencia ambiental la heredó de sus ancestros. Con tan solo 13 años ya era consciente de los derechos que tenían “los negros” sobre su territorio y su comunidad. Uno de los momentos más fuertes que vivieron las comunidades de Suárez se dio en 1983 cuando discutían sobre la desviación del río Ovejas para alimentar la Salvajina, una represa que causaría graves impactos ambientales y sociales en una comunidad de pescadores, mineros ancestrales, agricultores y balseros. Según la líder, todos, sin excepción, se opusieron. Después de eso empezó una lucha por la defensa del ambiente armonizada con el canto y el teatro, “de esa forma ayudaba a generar conciencia sobre la importancia de la protección del agua, la pesca y del río, que para nosotros eran como nuestros padres”, explica Francia.
Pero en un país como Colombia la lucha ambiental de Francia estuvo acompañada por una violencia que nunca paró y que hoy la tiene en vilo. Según la líder, las amenazas continúan y vive bajo un esquema de seguridad que la protege a ella y a sus dos hijos adolescentes. Un esquema que han querido quitarle en varias ocasiones pero que milagrosamente aún conserva.
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Una historia de violencia
En el 2001 “tuvimos la presencia paramilitar en la región, en Suárez” y eso terminó con la masacre del Naya perpetrada presuntamente por el bloque Calima presente en la zona y paradójicamente, denuncia la ambientalista caucana, “después de la masacre el gobierno entregó títulos de explotación minera sobre el territorio”. De esta manera, La Toma, el corregimiento en el que Francia vivía con su familia, pasó a estar titulado de la noche a la mañana.
La ambientalista explica cómo tiempo después al lugar “llegó Héctor Jesús Sarria y en nombre de la empresa minera africana Anglo Gold Ashanti, le ofreció a la comunidad el desarrollo de proyectos productivos y herramientas de trabajo mostrando su buena voluntad”. La presencia de este personaje generó un rechazo por parte de la comunidad, “porque nos dimos cuenta que solo pretendían sacarnos de nuestro territorio y eso se evidenció cuando nos llegó una orden de desalojo. Empezamos entonces un proceso legal que terminó con una sentencia de la Corte Constitucional en la que se impedía el desarrollo de cualquier actividad de explotación minera, se obligaba a las empresas a hacer consulta previa frente a cualquier proyecto. Además, con la sentencia nos restituyeron los derechos sobre nuestro territorio ancestral”.
Esa primera lucha en contra de la explotación minera y el desalojo de las comunidades de Suárez marcaría una disputa del territorio con otros grupos, esta vez mineros ilegales, que entraron desplazando a líderes y familias completas que desde hace más de 300 años hacían minería sin usar mercurio, heredando esta actividad entre las familias que explotaban los ríos y las montañas rojizas del Cauca gracias a los conocimientos ancestrales que se transmitieron de generación en generación. “Sin químicos que mataran el agua y los peces”, explica Francia.
En el 2014, los mineros ilegales comenzaron a operar 14 retroexcavadoras en las orillas del río Ovejas, cerca al corregimiento de La Toma, causando devastación y una tragedia ambiental local que fue rechazada por las comunidades. Con estas maquinarias despejaron bosques y cavaron pozos profundos, destruyendo el flujo natural del río y matando a los peces con mercurio. Esa parte dramática de la incursión de los grupos ilegales en Suárez, la cuenta Francia con voz fuerte e indignación.
Hordas de mineros ilegales descendieron a las fosas abiertas en una estampida por obtener el oro. Ninguno de ellos era dueño tradicional de la tierra y no pertenecían a ninguna gran familia de La Toma. Llegaron y comenzaron a utilizar mercurio y cianuro para extraer el oro de la tierra y la roca. Estos químicos tóxicos fluyeron directamente al río Ovejas, contaminando la única fuente de agua dulce de la comunidad. Los campos mineros se transformaron en pequeñas ciudades, con asentamientos ilegales de hasta 5000 personas, que además de afectaciones a la salud y el medio ambiente trajeron prostitución, uso de drogas ilegales y una violencia desenfrenada cuando los mineros atacaban y se enfrentaban con los residentes locales, comenta Francia.
Todo este desorden y atropellos contra su comunidad llevaron a que la líder afrocolombiana decidera estudiar leyes en Cali, la tercera ciudad más importante de Colombia y la más cercana a la región donde vivía. “Cuando necesitábamos desarrollar una acción legal para defendernos no había quien nos ayudara. No podíamos entablar tutelas ni derechos de petición”, asegura. Esa fue la razón por la que, no solo ella, sino otros líderes empezaron a estudiar diversas carreras profesionales. Pero la presión de la minería ilegal que persistía en La Toma la obligó a volver por la defensa de su territorio, ella no podía permitir que acabaran con el río ovejas y con su pueblo. Francia se enfrentó directamente a las retroexcavadoras, pero todo fue en vano.
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Ese mismo año (2014) recibió amenazas que la obligaron a salir de La Toma, de su casa, en lo que recuerda como uno de los episodios más tristes de su vida. “Salir forzosamente desplazada con mis dos hijos, porque ibas a ir hasta mi casa para matarme fue muy triste. Personas conocidas me llamaron y me dijeron: ‘tiene que irse de aquí porque la van a matar’. Con mis dos hijos salí hacia una casa ajena y de ahí me fui a Cali, la ciudad más cercana donde me abrieron las puertas”, comenta Francia. “Era triste ver a mis hijos pequeños tan vulnerables, eso es lo peor que he vivido y no se lo deseo a nadie, incluso me sentí culpable porque creía que había puesto en riesgo la vida de ellos”, añade.
Rubén Darío Gómez Posada, director del Observatorio de Realidades Sociales de la Arquidiócesis de Cali, le contó a Mongabay Latam cómo conocieron a Francia Márquez bajo ese escenario de amenazas, desplazamiento y búsqueda de refugio en Cali. “Se ha caracterizado por ser una mujer valiente y defensora de la vida, es una mujer que luchó en el sur occidente del Cauca como defensora del territorio y del agua, en especial de los ríos Ovejas y Cauca. Ha sido primordial en muchas de las actividades de reflexión de su movimiento social”, afirma.
Gómez explica que la conocieron haciendo llamados y cuestionamientos muy certeros a esas lógicas de economías ilegales que “se levantan en detrimento de la casa común y los seres humanos”. Se trata de esas mismas economías ilegales que aún estando refugiada en Cali la impulsaron a protegerse entre las masas y salir a protestar en contra de la minería ilegal, a pesar de las amenazas de muerte que habían en su contra, comenta Gómez.
Sin desalentarse, Francia reunió a comunidad para planear una estrategia, sabiendo que ella tenía que unir a las mujeres de La Toma para salvar a su pueblo, a su río y a su gente. Recurrió al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para Colombia y luego organizó una marcha de 10 días, en la que junto a otras 80 mujeres caminaron 350 kilómetros, desde las montañas del Cauca hasta Bogotá, en noviembre de 2014. La marcha atrajo la atención nacional hacia la destrucción ambiental y social que la minería ilegal estaba causando en La Toma y otras poblaciones de la zona norte del departamento del Cauca.
Una vez en la capital de Colombia, Francia y las mujeres pasaron 22 días protestando en las calles. Finalmente y después de tanta insistencia, llegaron a un acuerdo con el gobierno nacional en diciembre de 2014. Acordaron tomar medidas para erradicar la minería ilegal en La Toma, con el compromiso de incautar y destruir las maquinarias dedicadas a esta actividad en la zona.
Como respuesta a esa gran lucha, en el 2015, el gobierno creó un grupo de trabajo nacional sobre minería ilegal, el primero de este tipo en Colombia. Como resultado directo del trabajo de Francia, todas las operaciones mineras ilegales en La Toma cesaron. A finales de 2016, toda la maquinaria que operaba fraudulentamente en La Toma había sido físicamente removida o destruida. Lo que no cambió: su vida siguió en riesgo.
“Hemos resistido muchas amenazas de muerte de las Águilas Negras y los Rastrojos (bandas criminales organizadas) que dicen que nosotros nos oponemos al desarrollo, que no permitimos que entren multinacionales y que estamos estancando el progreso del departamento del Cauca”, le dijo Francia a MongabayLatam.
Y aunque las amenazas continúan, Francia recuerda con emoción cómo en Cali le abrieron las puertas para protegerla y cómo se encontró con la solidaridad de cientos de personas. “He tenido momentos bonitos en mi vida y he vivido cosas que me inspiran a seguir luchando, como por ejemplo este premio ambiental tan grande. No podía creer cuando me dijeron que me había ganado el nobel del medio ambiente” dice entre risas. “Todavía no salgo de la emoción”, asegura.
Una versión ampliada de esta historia fue publicada en Mongabay Latam. Puedes leerla aquí.
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