(Mongabay Latam/Jack Lo Lau).- Cuando Rubí murió nadie fue a su entierro. Con tan solo un mes y medio de edad se enfrentó a la indiferencia. Los dos días anteriores había estado con fiebre y gripe. Su madre Mariluz Mambiro, de ojos rasgados y pelo negro azabache, la cargaba entre sus brazos mientras le colocaban ajos, cebollas y vick vaporub para controlar la terca calentura que no le bajaba con nada. Rubí estaba tan agotada y débil que ni lloraba. A las 11:30 de la noche, mientras todos dormían, se escuchó un barullo y voces indescifrables para cualquier extraño, pero el desencajado rostro de Mariluz no aceptaba adivinanzas. Rubí había muerto. Al día siguiente, no hubo velorio. Mariluz y su esposo Raúl Shirikianki la envolvieron en unas telas y la enterraron en privado junto a algunas ropitas que había usado en su corta vida.

Mariluz Mambiro sujeta entre sus brazos a la pequeña Rubí. Foto: Thomas J. Müller.

Una hora y media de avión. Tres en auto. Veinticinco en bote de los rápidos. Es el tiempo que toma llegar desde Lima hasta la comunidad machiguenga de Yomibato, el último asentamiento humano en el corazón del Parque Nacional del Manu. Cuando el río está bajo, que es casi la mitad del año, a este recorrido hay que agregarle al menos cuatro días más, ya que sin agua, lo único que queda es cargar el bote en los tramos secos y acampar en las playas de arena que se forman en el río Fierro, afluente del río Manu. Cacaotal, donde vivía Rubí con sus padres, es el anexo de Yomibato, a tres horas de distancia cuando el Fierro está grande y navegable. En todo el camino te sientes pequeñito, insignificante. Según Thomas Müller, fotógrafo alemán con décadas documentando la Amazonía, y parte de esta expedición, nunca antes había entrado a un bosque con árboles tan imponentes.

La historia

El Parque Nacional del Manu fue creado en 1973. Es administrado por el Servicio Nacional de Áreas Protegidas por el Estado (Sernanp). Tiene más de un millón setecientas mil hectáreas que van desde los 300 hasta los 3800 metros sobre el nivel del mar. Y según la organización Evaluación y monitoreo de procesos ecológicos tropicales (por sus siglas en inglés, TEAM Network), plataforma que trabaja temas de investigación científica en África, Asia y América Latina, “es el espacio con mayor diversidad de especies terrestres en todo el mundo”. A su vez, existen dos comunidades machiguengas en contacto inicial: Tayakome y Yomibato. Cada una de ellas tiene un anexo, Maizal y Cacaotal, respectivamente. Sus pobladores tienen más de treinta años viviendo en este lugar, dejaron la vida errante para instalarse en comunidades, con colegios y postas médicas. Reciben de forma regular visitas de machiguengas que siguen viviendo en las cabeceras de los ríos como semi nómades, llamados también en aislamiento voluntario o de contacto inicial. Por ahí también se desplazan los Mashco Piro que siguen viviendo en aislamiento voluntario.


Toma aérea de comunidad machiguenga asentada dentro del Parque Nacional del Manu. Foto: Jesus Alferez.

“Siempre llegan personas de las cabeceras, que bajan a intercambiar machetes, flechas, comida y hasta linternas. Algunas de estas familias se terminan quedando. Y ellos no están inmunizados a los virus, es por eso que estas comunidades tienen que estar más saludables para no contagiarlos”, afirma Fernando Mendieta, gerente de la microred de salud de Salvación, encargada de velar por la salud en el Manu, que nos dio la entrevista luego de intentar sin éxito conversar con representantes del Ministerio de Salud y con la misma directora regional de salud de Madre de Dios, Emperatriz Morales.

Al parecer todo cálculo oficial parece desactualizado. Según el censo realizado por la Diresa este año, hay 60 niños en edad escolar y 190 habitantes. Sin embargo, en el colegio de Yomibato, los profesores nos dicen que entre inicial, primaria y secundaria, hay casi 150 niños, y en toda la comunidad tal vez lleguen a 400 personas.

Vida en comunidad

Julián Chawiwiroki llegó a Yomibato hace más de quince años con su esposa Paulina Mambiro, con la que tienen cuatro hijos. Los dos nacieron, crecieron y se conocieron en las partes altas del Manu, donde hasta el momento existen poblaciones machiguengas en aislamiento voluntario. Ninguno de los dos sabe su edad ni hablan español, así como casi todos los adultos y todos los recién instalados en comunidades. Los aniversarios no son importantes cuando se tiene que sobrevivir en medio del bosque. Los que tienen DNI (documento de identidad), se inventaron una edad para cumplir con costumbres occidentales. Cuando llegaron no tenían apellidos, así que adoptaron el de la familia con la que tenían más contacto, así como hacen todos los recién llegados. Decidieron instalarse en Yomibato y huir de las cabeceras, porque sus tres primeros hijos murieron deshidratados a causa de diarreas.

Los días parecen transcurrir sin contratiempos. Paulina hilaba para luego tejer una cushma, un vestido largo muy usado por ellos y por las poblaciones asháninkas, yaneshas y yine, de la Amazonía peruana. Julián, a punta de martillazos y una destreza única, convertía unos clavos en flechas para pescar. De pronto llegó una joven de unos veinte años con dos niños muy pequeños. Era Tania Chimpiriri, la segunda esposa de Julián. Tener dos mujeres es algo normal para los que provienen de las cabeceras. Paulina y Tania tiene cada una su propia cocina pero preparan comida para todos. Los machiguengas no creen en horarios cuando de alimentarse se trata. No viven pendientes del desayuno o la cena. El hambre manda.


Familia de Julián y sus esposas Paulina y Tania. Foto: Thomas J. Müller.

Paulina tiene un arete en la nariz, así como casi todas las mujeres machiguengas. Convirtió una moneda antigua en una joya, dándole forma con una piedra, y la colgó entre sus fosas nasales. En su cuello resalta una cruz cristiana de madera. Sin embargo, cuando le pregunto sobre dios, dice no creer en él. “En el Manu, hace varias décadas, entró la misión dominica para evangelizar a los machiguengas, impulsando la escuela y la posta. Ellos regalan ropa, machetes y distintas cosas. También les vendieron la idea de comunidad como la mejor opción, y yo no digo que eso esté mal, sino que el hecho de que ahora vivan asentados hace que cambien sus condiciones de vida. Esta población necesita un acompañamiento de parte del Estado para ayudarlos a transitar de ser semi nómades hacia el sedentarismo. Antes no se preocupaban por los recursos, porque se iban moviendo de un lugar a otro. Ahora que viven en comunidad tienen que protegerlos porque se van acabando los que están cerca”, afirmó para Mongabay Latam, Lorena Prieto, Directora de la Dirección de los Pueblos en Situación de Aislamiento y Contacto Inicial, del Ministerio de Cultura. Dicen en Yomibato que cuando recién se asentaron, esta zona estaba llena de frutos como el ungurahui, acaí, aguaje, y comían monos en abundancia. Ahora tienen que caminar más de dos o tres horas para encontrarlos.

Todos quieren ingresar al Manu. Es como el Disney para biólogos, investigadores, estudiantes y curiosos. Desde la creación de esta área natural protegida, se han registrado 160 especies de mamíferos, 1000 de aves, más de 140 de anfibios, 50 especies de serpientes, 40 de lagartijas, 6 de tortugas, 3 de caimanes, 210 de peces y más de 30 millones de especies de insectos. Según el Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Sernanp), la conservación de este lugar reconocido por la UNESCO como Reserva de Biósfera y Patrimonio Natural de la Humanidad, está garantizada. “El parque es una de las áreas más grandes en el Perú y tiene más del 99 % de su superficie en buen estado. Hemos reducido a cero todas las amenazas que teníamos, como la tala ilegal y la minería”, declaró para Mongabay Latam, Jhon Florez, jefe del Parque Nacional del Manu.


Vista del Manu desde el anexo de Cacaotal, comunidad de Yomibato. Foto: Thomas J. Müller.

“El drama es que esta área natural protegida se creó sin consulta alguna a los pueblos machiguengas que viven allí desde hace miles de años, y hasta ahora no existe ningún plan para buscarles una mejor calidad de vida siempre respetando su cultura y costumbres”, cuenta para Mongabay Latam, Cusurichi, Premio Goldman 2007 y presidente de la Fenamad.

Según el plan maestro del Parque Nacional del Manu, las poblaciones en su interior tienen libertad para desarrollarse, cazar y hacer cultivos en el área que le corresponde a su comunidad. Sin embargo, no pueden realizar actividades que le den beneficios económicos. Como cazar para vender las pieles o la carne, o coger un árbol para muebles y ganar dinero con ello. Situación que según Lorena Prieto del Ministerio de Cultura y Julio Cusurichi de la Fenamad, los limita mucho más, teniendo en cuenta la ubicación en la que se encuentran y en las pocas alternativas que tienen para activar su economía. “Tenemos que entender que la conservación tiene que beneficiar a la gente”, sentencia Prieto. Por su parte, José Nieto, Director de Gestión de las Áreas Naturales del Sernanp y ex jefe del Parque, dice que ellos han trabajado y trabajan para el beneficio de estas comunidades. “Tenemos un trabajo de larga data y hemos involucrado mucho esfuerzo para buscar el desarrollo armónico de las comunidades. Si a alguien no le ha gustado lo que venimos haciendo, lo invoco a juntarnos y plantear juntos nuevas y mejores alternativas”, declaró Nieto para Mongabay Latam.

El abandono

Al día siguiente de la muerte de Rubí, la mañana fue extraña. Se escuchaban llantos agudos y gritos de desesperación. Bañaban a cada uno de los niños que vivían en la casa con una olla llena de agua hirviendo. Y así fueron pasando uno por uno. Obligados a seguir esta costumbre machiguenga de dar baños calientes a los niños cuando muere alguien en casa para espantar a la muerte.

Por radio se lograron comunicar con la posta de Yomibato, pero el responsable de salud en la comunidad no llegó a Cacaotal para constatar la muerte de la niña y atender a los demás enfermos. Solo envió cinco cajas con medicamentos acompañados de cinco recetas que indicaban las dosis que debían tomar las personas cuando tuvieran gripe, tos o diarreas. Según la Diresa de Madre de Dios es su labor viajar a las comunidades. “El personal no se está desplazando como debería. Eso tiene que mejorarse”, comentó Fernando Mendieta. Esta era la segunda epidemia de gripe en la primera mitad del 2017. Mendieta confirma que en esta misma parte del año han muerto dos niños entre Yomibato y su anexo Cacaotal. Según Mario Castro, profesor del colegio de esta comunidad, son cinco los fallecidos. Mendieta dice que a veces los profesores exageran.

Lee la historia completa en es.mongabay.com

Más artículos en Mongabay Latam:

Perú: radiografía sobre la conservación de especies en áreas naturales protegidas del estado y privadas

Venezuela: la lucha por salvar al mono araña café en el bosque de Caparo

Bolivia: Senado elimina la intangibilidad del Tipnis