(Mongabay Latam / Rodolfo Chisleanschi).- Mayo en los Andes australes. El otoño está tan avanzado que incluso la intensa paleta de colores –ocres, dorados, rojos, morados– que las hojas de lengas y ñires han dibujado desde marzo en las faldas de las montañas ha comenzado a desteñirse. Los días se acortan, las primeras nieves asoman en las cimas más altas y las sombras se alargan. Está a punto de iniciarse el tiempo en el cual, más que nunca, el huemul justifica su apodo y pasa a convertirse en “el fantasma de la Patagonia”. 

Huemul es su nombre, el que le dieron los mapuches de la Araucanía y que terminó imponiéndose a otras formas de llamarlo que en su día tuvieron tehuelches, alacalufes y demás pueblos originarios ya extinguidos. Hippocamelus bisulcus lo denomina la ciencia, que en un principio dudó si se trataba de un equino o de lo que realmente es: un cérvido, y no uno cualquiera.

El huemul es conocido como el fantasma de la Patagonia. Imagen: Película “Huemul. La sombra de una especie” de Diego Canut

Porque hablamos del más emblemático de los que habitan el sur de América del Sur, un ciervo endémico de los Andes meridionales que tiene el honor de haber sido declarado Monumento Natural Nacional en Argentina y Chile; y hasta se da el gusto de compartir protagonismo junto al cóndor en el escudo nacional de este último. Pero también porque está catalogado como En Peligro por la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de Argentina; y En Peligro de Extinción por el Ministerio de la Secretaría General de la Presidencia de Chile. Aunque sobre todo porque nos referimos al único integrante de la familia que forma parte de la Lista Roja de la UICN, donde aparece en el inquietante apartado En Peligro de transformarse en un recuerdo.

“Rogamos que el ciervo ágil de nuestros bosques y el apreciado representante de nuestra pobre fauna no desaparezca: que al final no llegue a ser una especie en extinción, inmovilizado para siempre en el escudo nacional; que podamos verlo siempre vivo, corriendo por la cordillera”. La frase pertenece a Enrique Gigoux, en su día director del Museo Nacional de Historia Natural de Chile, pero no es actual: la escribió en 1929, como un presagio de los difíciles tiempos que estaban por llegar.

Cuando alcanzan su máximo crecimiento, las astas de los huemules machos pierden la felpa que las alimenta. Imagen: Película “Huemul. La sombra de una especie” de Diego Canut

De contextura media, con una altura que no sobrepasa el metro y un largo menor a 150 centímetros, los huemules se agrupaban en nutridas manadas antes de la colonización del hombre blanco, a finales del siglo XIX. A través de unos 2000 kilómetros de cordillera, desde el sur de la provincia argentina de Mendoza y el río Cachapoal en la región chilena de Concepción por el norte y hasta el estrecho de Magallanes en el extremo del continente (es decir, entre los 34 y 54 grados de latitud Sur, aproximadamente), sus ojos podían contemplar sin obstáculos la belleza imponente de los montes y la variedad cromática de ríos y lagos: azules, turquesas, esmeraldas… Su carne era apreciada por los nativos, su cuero y su pelaje servían de abrigo en invierno, sus astas eran trabajadas para convertirse en herramientas de corte. Pero ya en aquel lejano 1929 su sosegada vida empezaba a cambiar.

“En las crónicas de los primeros colonos se relata cómo el huemul era una de las comidas predilectas, y de hecho la caza fue el primer motivo de descenso de ejemplares”, comenta a Mongabay Latam Mauricio Berardi, guardaparque en el Parque Nacional Lago Puelo y responsable local del Programa de Conservación del Huemul, puesto en marcha en 1993 por la Administración de Parques Nacionales (APN) de Argentina.

Aquella caza desmedida fue solo el inicio de una reducción paulatina y sostenida de una población que en la actualidad se calcula que representa menos del 1 % de la que fue en esos tiempos, cuando a lo largo de toda su distribución geográfica solo los pumas y los zorros, sus depredadores naturales, alteraban la vida de este animal solitario y silencioso que prefiere el anonimato del bosque, los riscos y los matorrales.

Un animal huidizo, aunque curioso e ingenuo

El número actual de huemules es incierto, como tantas otras cosas relativas a la especie, porque no existe un censo exacto, solo estimaciones. Las cifras oscilan entre los 1500 y los 2500, con un porcentaje de individuos algo mayor –entre el 65 y el 75 %– del lado chileno que del argentino, aunque el dato también es impreciso. La extensión del área de distribución y la dispersión de los grupos se añaden a las dificultades de observación, ratificando el apelativo de “fantasma”. Casi como si fuese una sombra.

El período de gestación del huemul dura siete meses. Al cabo de un año la cría es alejada de su familia. Imagen: Película “Huemul. La sombra de una especie”, de Diego Canut

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Portada: Nuevos desarrollos inmobiliarios, rutas y fincas ganaderas alteran los hábitats del huemul. Imagen: Película “Huemul. La sombra de una especie”, de Diego Canut.

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