(Mongabay Latam / Jack Lo Lau).- La vida en Galápagos te sorprende a cada instante. Una visita a este archipiélago es como entrar en un laboratorio natural en el que aprendes sobre la evolución de las especies, observando, sintiendo. Te topas con lobos marinos, tortugas, aves, pingüinos y hasta amigables tiburones que aparecen delante de ti sin sentirse amenazados. Es lógico, las reglas dentro de la Reserva Marina de Galápagos son muy estrictas y se sanciona con penalidades de miles de dólares para aquel que haga daño a alguna especie del lugar o intente llevarse cualquier cosa, así sea un poco de arena como souvenir. Ya están advertidos los más de 200 000 turistas que llegan al año a este inhóspito rincón del planeta, cuya primera isla se formó hace cinco millones de años, e impresiona a científicos e investigadores de todo el mundo por cómo la vida en Galápagos se sigue moviendo.

Las especies continúan evolucionando, cambiando de formas y de tamaños, y algunas islas, como Isabela o Fernandina, se encuentran todavía en proceso de formación. Un ejemplo de ello fue la erupción volcánica registrada en 2009. Y para mostrar lo impresionante que es la Reserva Marina de Galápagos, hay un grupo de personas que están buscando su mejor conservación, produciendo más información e investigación, y cuya base es la Fundación Charles Darwin, una institución belga fundada en 1959 y que trabaja junto con el Servicio del Parque nacional Galápagos (SPNG), promoviendo la investigación científica en el archipiélago. Dicen que para conocer el parque, tienes que conocer las especies que viven en él. Esta vez, nos concentraremos en sus peculiares y endémicas aves terrestres y marinas (que viven y pasan la mayor parte del tiempo en el océano Pacífico).

En las tintoreras, frente a la isla de Isabela, encontrarás una gran comunidad de iguanas marinas. Estas suelen tomar sol en grupos y luego salen a nadar por las orillas. Foto: Jack Lo.

Un paraíso natural

Galápagos tiene una extensión de 133 000 kilómetros cuadrados y está ubicado a 1000 kilómetros o dos horas de la costa de Ecuador. Comprende trece islas grandes con una superficie mayor a diez kilómetros cuadrados, seis islas medianas de entre uno y diez kilómetros cuadrados, y unos 215 islotes pequeños. Para llegar hay vuelos diarios desde Guayaquil o Quito. Es la segunda reserva marina más grande del mundo, después de la Gran Barrera de Coral de Australia, y recibe visitantes de todas partes que buscan bucear en sus afamadas aguas. La reserva fue creada en 1998 y en este año se cumplió su diecinueve aniversario. En las últimas décadas, se ha realizado mucha investigación, primero de parte de la Fundación Darwin y luego de distintas organizaciones que han visto como prioridad la conservación de este lugar único en el planeta. Su importancia fue reconocida por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) en 1978, cuando la nombró Patrimonio Natural de la Humanidad. Además, en los últimos años, se le ha otorgado distintas figuras internacionales de conservación, como Sitio Ramsar, Santuario de Ballenas y Reserva de Biósfera. Y no es para menos. Se han identificado más de 2200 especies que viven en la reserva y el 25 % de ellas son endémicas, es decir, que en todo el planeta solo se pueden encontrar en Galápagos. Por ello, tampoco sorprende que el 97,5 % de la superficie terrestre del archipiélago esté protegida. Solo el 2,5 % puede ser conocido por los visitantes y la población local. Y esa pequeña muestra es impresionante.

Galápagos es un lugar especial. En todo momento, la fauna se presenta delante tuyo para mostrarte toda su belleza. Y los atardeceres no tienen pierde. Esta vista es desde San Cristobal. Foto: Jack Lo.

De tierra: el pinzón de Darwin en peligro

Desde que pisas Galápagos sientes su energía especial. Árboles y cactus que nunca has visto en tu vida. Aves que se posan en tu silla para recibirte con un hermoso silbido. Lobos y manta rayas que brincan a unos metros de la orilla. Sigues contemplando y tus días en esta reserva se hacen cada vez más sorprendentes. Solo basta imaginarse a Charles Darwin, allá por los años 1835, observando con detenimiento a estos animales, viendo sus diferencias y similitudes. El ave representativa de Galápagos llegó hace un millón y medio de años, y es el pinzón. Para muchos también, el símbolo de la evolución. Mide entre diez y veinte centímetros y pesa unos veinte gramos, tanto como una cajetilla de cigarros. Es un ave pequeña, de colores marrones y negros, que es poco llamativa si la comparamos con las tortugas gigantes o los tiburones martillo. Según, Leif Anderson de la Universidad de Upsala en Suecia, en un estudio publicado por la Revista Nature, Darwin se quedó muy sorprendido por la diversidad de picos que encontró en esta especie. En el archipiélago, se pueden encontrar diecisiete especies distintas de pinzones y todas ellas se diferencian principalmente por su pico. Cada una evolucionó dependiendo del alimento que tuviera más cerca y del ambiente en el que vivía. No se encuentran los mismos pinzones en todas las islas. Se distinguen por lo que comen, que pueden ser semillas, frutas o insectos. Los que tienen picos grandes y gruesos pueden partir semillas y tener un canto más sencillo y fácil de reproducir. Los que tienen los picos más pequeños y delicados, se adaptaron para comer insectos. En 1973, Peter y Rosemary Grant, profesores de Princeton en Estados Unidos, analizaron casi 20 000 ejemplares de pinzones de veinticinco generaciones, y demostraron que estos fueron cambiando sus picos y tamaños en respuesta a los cambios ambientales.

Todos los pinzones son del mismo tamaño y peso. Cambian en los colores en algunos casos, pero su diferencia más notoria son sus picos, que son utilizados como herramientas. Foto: Fundación Charles Darwin.

“Cada isla tiene su rango de especies. Algunas están distribuidas en muchos lugares, como el pinzón pequeño de tierra (Geospiza fuliginosa), o el papamoscas de Galápagos (Myiarchus magnirostris). Otros solo se encuentran en una isla, como el pinzón mediano de árbol (Camarhynchus pauper) en Floreana. Las especies se adaptan a su entorno. Todo dependerá de la fuente de alimento, de otras especies ya presentes y la competencia entre ellos. Los picos funcionan como herramientas que facilitan la explotación de un tipo de alimento. Y esta especialización de cada una de las especies, reduce la competencia con otros. Con el aislamiento de los sitios, es muy probable que en algunos miles de años tengamos varias especies nuevas para la ciencia”, dijo para Mongabay Latam, Birgit Fessi, investigadora austriaca encargada del proyecto de conservación de aves terrestres de la Fundación Charles Darwin, que además hace una distinción. “A las aves terrestres se les llama así porque se alimentan de semillas y animales que se encuentran en la tierra. Lo contrario a las aves marinas que pasan la mayor cantidad de tiempo sobre el mar y se alimentan de lo que encuentran ahí”, nos contó Fessi, que viene trabajando con aves terrestres de Galápagos desde los años noventa.

En las últimas décadas, estas aves han tenido muchas amenazas que la reserva ha tenido que controlar, como plaga de ratas o presencia de gatos que son sus principales depredadores y que veremos más adelante. Sin embargo, en 1997 se reportó la amenaza más fuerte que enfrentan hasta hoy: una mosca (Philornis downsi) que debilita los huevos y las crías de las aves. “Fue de casualidad. Estábamos estudiando al pinzón carpintero (Camarhynchus pallidus), queríamos saber si su manera de utilizar otras herramientas como hojas o ramas para construir o defenderse, era algo aprendido o adquirido. Sacamos a dos pichones de sus nidos, los llevamos al laboratorio y al día siguiente uno de ellos murió. Encontramos unas larvas grandes como de dos centímetros, todas llenas de una sustancia negra. Nunca había escuchado de estos en Galápagos”, recuerda Birgit Fessi, que afirma que en la actualidad han identificado cincuenta especies de esta mosca que están parasitando aves. ¿Cómo atacan? “La mosca pone sus huevos en el nido y las larvas de las moscas se desarrollan con la sangre de los pichones. Pasan hacia dentro del cuerpo de las aves, hasta matarlos. Hay una mortalidad muy alta”, dice Fessi.

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Foto portada: Fundación Charles Darwin.

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