(Mongabay Latam / Guillermo Rico).-  La Convención sobre los Humedales (conocida como la Convención de Ramsar) define el término humedal como “las extensiones de marismas, pantanos y turberas o superficies cubiertas de aguas, sean estas de régimen natural o artificial, permanentes o temporarias, estancadas o corrientes, dulces, salobres o saladas, incluyendo las extensiones de aguas marinas cuya profundidad en marea baja no exceda los seis metros”. 

En los Andes colombianos y particularmente en la sabana de Bogotá, los humedales naturales son ecosistemas amenazados como consecuencia de la expansión rural y urbana. Su manejo y conservación está limitado debido a que no se conocen en detalle todos los procesos ecológicos que en ellos se dan, a la vez que falta información sobre su composición biológica.

En Bogotá, inmersos dentro de una enorme urbe de más de 7 millones de habitantes, existen al menos 15 humedales reconocidos, 19 no reconocidos y más de 30 cuerpos de agua. En la ciudad más de 960 hectáreas corresponden a estos ecosistemas. Las edificaciones ilegales, la construcción de las principales avenidas y el vertimiento de aguas contaminadas son las principales causas del deterioro de los humedales en la capital colombiana.

Tingua bogotana (Rallus semiplumbeus). Foto de Oswaldo Cortés.

En la actualidad los humedales más deteriorados son los de Capellanía, Tibanica, Techo, El Burro y La Vaca. Los cuatro últimos son estratégicos por su ubicación, pues se encuentran en uno de los sectores más secos de la ciudad, lo que hace fundamental su función como reguladores ambientales, hídricos y de humedad relativa.

Para Juan David Amaya-Espinel, asesor del Instituto de Investigaciones de Recursos Biológicos Alexander Von Humboldt (IAvH) en temas de Biodiversidad Urbana y profesor de la Universidad Javeriana, como áreas protegidas urbanas, los humedales adquieren connotaciones que los hace distintivos y altamente relevantes a nivel ecológico y social.

La importancia de estas áreas radica en “el papel que pueden jugar en el mantenimiento y viabilidad de múltiples formas de vida que podrían finalmente desaparecer con la expansión o densificación urbana. Un aporte fundamental teniendo en cuenta el crecimiento urbano que se registra en todo el mundo, motivo por el cual el futuro de una amplia diversidad de grupos de fauna y flora, hábitats y procesos ecológicos, dependerá de las oportunidades que las ciudades ofrezcan para persistencia”, asegura Amaya-Espinel a Mongabay Latam.

Los humedales bogotanos son ecosistemas que se caracterizan por tener la capacidad de transformar múltiples materiales biológicos y químicos que ayudan a mantener una red trófica que se traduce en una importante riqueza y abundancia de artrópodos, y en ser centros de origen y endemismo de las aves acuáticas del norte de los Andes. Estas condiciones especiales hacen que muchas aves migratorias provenientes del hemisferio norte, como la reinita gorginaranja (Dendroica fusca) y la tángara veranera (Piranga rubra), lleguen todos los años a los humedales desde el mes de septiembre en búsqueda de esa gran oferta alimenticia.

Pato zambullidor (Oxyura jamaicensis). Foto tomada en el Parque La Florida por Oswaldo Cortés.

Estos ecosistemas se constituyen en hábitat de especies y subespecies endémicas, amenazadas, residentes nativas, de paso y migratorias que no encuentran refugio en otros ambientes. En ellos se han realizado levantamientos de avifauna que han confirmado la presencia de un número significativo de las aves de la región del altiplano cundiboyacense: al menos 166 especie y alrededor de 39 familias de aves propias de esta región se han registrado en los humedales bogotanos.

En estos humedales residen especies endémicas como la tingua bogotana (Rallus semiplumbeus), el cucarachero de pantano (Cistothorus apolinari), el pato turrio (Oxyura jamaicensis andina), la tingua moteada sabanera (Gallinula melanopsbogotensis) ─incluidas en categoría de amenaza local─ y el chamicero (Synallaxis supbudica).

Se sabe además que las poblaciones de garza dorada (Ixobrychusexilis bogotensis), canario sabanero (Sicalisluteola bogotensis) y monjita sabanera (Agelaiusicterocephalus bogotensis) están restringidas a este tipo de hábitat.

Lo anterior explica la razón por la cual en el 2003, 15 humedales de la sabana de Bogotá fueron declarados Áreas Importantes para la Conservación de las Aves de Colombia y del Mundo (AICAS), por el IAvH y la organización BirdLife International.

Los humedales de Bogotá además cumplen con una importante prestación de servicios ecosistémicos a la ciudad. Amaya-Espinel indica que “estos espacios naturales protegidos urbanos representan también una de las principales fuentes potenciales de los múltiples beneficios que los habitantes urbanos reciben directa o indirectamente de la naturaleza, llamados servicios ecosistémicos”.

Estos servicios ecosistémicos se agrupan en servicios de regulación, servicios de aprovisionamiento y servicios culturales, y están representados en aspectos como la recreación, la contemplación, la depuración del aire, la regulación del clima urbano, la salud física y mental, entre otra amplia diversidad de bienes y servicios de los cuales depende en gran parte la calidad de vida de los habitantes de grandes urbes como Bogotá.

Esto lo corrobora Darwin Ortega, funcionario del Jardín Botánico de Bogotá, quien sostiene que en humedales como el Córdoba, los visitantes acuden para disfrutar del entorno, hacer ejercicio y contemplar la biodiversidad propia del lugar.

Gracias a estos servicios ecosistémicos, la observación de aves se ha afianzado en los humedales de la capital de Colombia. Oswaldo Cortés, ornitólogo y propietario de Bogotá Birding ─agencia que presta los servicios de guía a observadores de aves─ sostiene que los humedales son sitios imperdibles, ya que en estos es posible observar tinguas bogotanas, monjitas y varias especies de rálidas y colibríes.

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[Portada: Humedal Córdoba. Foto de Guillermo Rico]

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