(Mongabay Latam / Laura Dixon).-  Si conduces hacia el territorio de los Wiwa, los polvorientos caminos de la región del desierto de Colombia empiezan a transformarse. La vista ahí fuera pasa de un paisaje polvoriento a una pradera tropical y al bosque. Los árboles se hacen más altos y la tierra más verde cuando, poco a poco, asciendes por las laderas de Sierra Nevada. 

Durante siglos, los Wiwa han llamado casa a esta sierra, que se extiende desde los picos nevados hasta las orillas del Caribe. Aunque algunas zonas de su territorio se han perdido en los últimos años a causa de los colonizadores, de las plantaciones de marihuana o de la invasión de tierras de cultivo, la reserva indígena que comparten llega a las 400 000 hectáreas, el doble del tamaño de la isla de Mauricio.

Esta es una región célebre por su biodiversidad, que engloba dos parques nacionales (Sierra Nevada de Santa Marta y Tayrona), y dos reservas indígenas cuyos límites se superponen con los de los parques y que son el hogar de cuatro comunidades indígenas diferentes, entre ellas la de los Wiwa.

Tan pronto como abandonas la carretera se pueden contemplar decenas de pequeñas mariposas amarillas y te tropiezas con los sonidos de la selva: el canto de los pájaros y el susurro del viento entre los árboles. Para un forastero, este lugar es precioso. Para los Wiwa, es sagrado.

“Como parte de la sierra compartimos la responsabilidad de la conservación y el equilibrio entre el hombre y la naturaleza. Somos sus interlocutores. Para la naturaleza, para los animales”, explica Edinson Videl Daza, miembro de la comunidad Wiwa y portavoz del medio ambiente. “Vemos la tierra como nuestra madre; el mar como nuestro padre. Los ríos y los arroyos están vivos. Los animales son nuestros hermanos más jóvenes”, afirma.

En muchos sentidos, Sierra Nevada ha tenido mucha suerte con los Wiwa, un pueblo con la misión de ser los conservadores del bosque a su alrededor y los reparadores de los daños que los humanos hacen en todas partes. Aquí no hay grandes hoteles, presas, ni proyectos de minería intensiva.

Niños Wiwa jugando cerca del bosque. Foto de Laura Dixon

Edinson saca un mapa dibujado a mano. Desde la perspectiva de los Wiwa, la tierra es verde y el bosque virgen con los monos en los árboles. Por otro lado, más allá de territorio Wiwa, ha marcado las zonas deforestadas en marrón y las ha etiquetado como “muertas”. No es sutil, pero pone de manifiesto su propósito.

“Es preciso que trabajemos ahora. El daño que se puede percibir aquí podríamos verlo en la Sierra Nevada. Tenemos que cuidar lo poco que queda. Si mañana no subsiste gente como nosotros podría suceder”.

Un pasado destructivo

Hoy nos encontramos en uno de los nuevos campos de los Wiwa en la ladera de la sierra, un área donde los agricultores y las comunidades indígenas viven codo con codo. Estamos sentados en piedras bajo uno de los árboles más grandes, pero incluso en la sombra el calor hace que el sudor caiga por la parte posterior de las piernas.

“Esta era antes una tierra de cultivo: resultaba muy seca e infértil, paja pura, no se podía cultivar la yuca”, dice Antonio Pinto, uno de los líderes Wiwa. Detrás de él, las montañas se elevan en la distancia, aquí en el campamento hay algunas cabañas de paja y zonas plantadas con nuevos árboles jóvenes.

“Hubo muchos disturbios aquí en la cuenca. Plantaron marihuana, y gran variedad de cultivos ilícitos. Dejaron una gran cantidad de plástico. Esto tiene un efecto sobre la tierra, física y corporalmente”, explica. “Hemos estado trabajando aquí, empezando a mejorarla para que se pueda cultivar”.

Un hombre de las montañas, Pinto, tiene pelo negro y liso que le cae sobre la camisa blanca que él y su pueblo llevan para demostrar que son una comunidad pacífica. Se encuentra en el camino de vuelta que sube hasta la sierra, descansa aquí, en uno de sus sitios sagrados para purificarse antes de volver a su hogar.

Mientras hablamos, se sienta mascando, utiliza una calabaza amarilla que sostiene con la mano para mezclar hojas de coca con una sustancia de concha marina que se encuentra en suelo. Es ligeramente estimulante, como tomar un sorbo de café, pero también resulta ceremonial para los Wiwa. Mientras masca varias hojas en una mejilla, habla lentamente por un lado de la boca, y trata de explicar lo que estas montañas, este bosque, significa para ellos.

“Todo esto era tierra indígena”, dice, mirando por encima del hombro hacia el territorio en torno a él, explicando cómo la tierra de los Wiwa en una época se extendía desde el mar hasta la frontera con Venezuela. En los bordes de su territorio, ven la tierra muy trabajada, los árboles talados, y el agua mal administrada.

En La Guajira, una provincia del desierto que ha sufrido años de sequía, Sierra Nevada ofrece el elemento vital para la región: el agua. Pero incluso en este caso, en el borde del territorio Wiwa, hay evidencia de la deforestación y, en algunos lugares, los ríos se secan.

“Se llevaron tanta agua del río que en algunas partes está seco”, afirma Pinto, explicando cómo los Wiwa creen que cuando la tierra ha sido maltratada, el agua “se oculta”. “¿Cuántos tipos de animales existen en el agua? ¿Y los que no se puede ver? ¿Y si los peces mueren? “.

Tendencia a la deforestación

La deforestación es un gran problema en Colombia. Mientras que un 52 por ciento del país está cubierto de bosques naturales, según el IDEAM, Instituto gubernamental de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales, la minería no autorizada, el cultivo de drogas, la tala ilegal y la expansión de tierras de cultivo han dado lugar a una grave deforestación en los últimos años.

De acuerdo con los datos de satélite de la Universidad de Maryland y una vez visualizados en la plataforma de seguimiento de los bosques Global Forest Watch, Colombia ha perdido alrededor de 2,8 millones de hectáreas, más del 3 por ciento de su cubierta arbórea entre 2001 y 2014. En otras palabras, un área de bosque más grande que el estado norteamericano de Massachusetts fue desbrozada en 14 años. El gobierno ha llevado a cabo una serie de compromisos para reducir el impacto humano en los bosques de la nación (lo que incluye una promesa para reducir la deforestación neta en el Amazonas a cero para el año 2020), y mientras que el año pasado la tasa se redujo en comparación con las cifras de 2014, el país aún perdió alrededor de 124 000 hectáreas de bosque una zona tres veces el tamaño de la segunda ciudad más grande, Medellín.

La Sierra Nevada se extiende a tres de los departamentos del norte de Colombia: Magdalena, Cesar y La Guajira, que están experimentando tasas aún más altas de deforestación que el país en su conjunto. Juntos, los tres departamentos perdieron casi el 8 por ciento de su cubierta arbórea desde 2001 hasta 2014.

Global Forest Watch muestra la pérdida de bosques espesos en la zona que rodea las reservas indígenas y el Parque Natural Nacional Sierra Nevada de Santa Marta desde 2001 hasta 2014. Mientras algunas pérdidas afectan a las áreas protegidas, estas han experimentado comparativamente menos deforestación en los últimos 15 años.

Consideradas por los científicos como una de las reservas naturales más irremplazables del mundo, La Sierra Nevada proporciona hábitat a una gran variedad de vida salvaje, muchas especies son endémicas, lo que significa que no se encuentran en ninguna otra parte del mundo. La Alianza para la Extinción Cero (AZE) enumera 12 especies conocidas que son endémicas y se encuentran en peligro de extinción: se incluye el periquito de Santa Marta (Pyrrhura viridicata), el viejo ratón de campo unicolor (Thomasomys monocromos), y varios tipos de ranas. Aunque la mayor parte de su área de distribución se encuentra protegida por el Parque Nacional de Sierra Nevada de Santa Marta, según datos de la UICN, estas 12 especies están disminuyendo debido a la pérdida de hábitat.

Las investigaciones indican que solo el 15 por ciento de la vegetación original de la Sierra Nevada de Santa Marta se mantuvo a partir de 2000, debido en gran parte a las actividades de deforestación antes de que se considerara un área protegida oficial. Mientras que el parque ha experimentado una pérdida forestal reciente mucho menor que las áreas circundantes, aun así perdió alrededor del 1 por ciento de su cubierta forestal entre 2001 y 2014. Los Wiwa creen que si están mejor equipados ayudan a proteger lo que queda y no son los únicos que piensan así.

Colaboración

Las tribus de la zona, descendientes de la antigua civilización Tayrona, que existió hasta la década de 1600, nunca fueron completamente colonizados por los españoles. Durante generaciones, consideraron su aislamiento como su mayor fortaleza, pero con el paso de los años una frontera agrícola progresiva ha tenido un impacto en sus comunidades, al igual que la apropiación de tierras ilegales.

Tal vez el mayor reto en los últimos años fue la guerra civil de Colombia. Primero aconteció la “bonanza de marihuana” al final de la década de 1970, cuando las FARC y otros grupos ilegales armados obligaron a muchos miembros de la comunidad a salir de sus tierras. Luego vinieron las matanzas y algunos miembros de la comunidad huyeron a las ciudades, otros arriba en la sierra.

Sin embargo, un vistazo a un mapa de la reserva indígena revela su crecimiento de nuevo. En pequeñas parcelas, los Wiwa y otros grupos indígenas han estado reclamando sus tierras ancestrales, comprando las tierras agrícolas de las zonas que perdieron hace generaciones para poco a poco restaurarlas hasta lo que eran.

“[Las comunidades indígenas] tienen una visión”, explica Eduardo Ariza, de la ONG americana The Nature Conservancy (TNC). “Toda su cultura trata de la conservación. La estrategia es recuperar su territorio tradicional, que creen que se caracteriza por la “Línea Negra'[una línea invisible que marca los límites exteriores de la sierra donde hay espacios sagrados importantes para las comunidades]. A tal fin, se gastan casi todo el dinero que reciben. Si bien no es factible que recuperen todo este territorio, se están moviendo en esa dirección, con el apoyo del gobierno y otras organizaciones no gubernamentales”.

Niños Wiwa estudian en una escuela de la comunidad. Foto de Laura Dixon

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[Portada: Antonio Pinto se detiene para purificarse a sí mismo en un punto en que los Wiwa consideran sagrado antes de subir las montañas. En su mano sostiene un poporo. Foto de Laura Dixon]

[Traducción: Isabel Beguiristáin]

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